sábado, 11 de outubro de 2008

“Congregados a mi nombre”- W. Kelly


Es la traducción correcta de Mateo 18:20



.Pergunta sobre Mateo 18:20

¿Es correcto traducir —como algunos cristianos han hecho— la expresión eis to emon onoma (εις το εμον ονομα) “a (o hacia) mi nombre”, haciendo del nombre de Cristo el punto de reunión?

Respuesta

Las pruebas están decisivamente a favor de traducir eis por “a” o “hacia”. Muchos de los que se oponen a esta traducción lo hacen con el propósito de querer anular el carácter eclesiástico del contexto, carácter que el Señor mismo ha impreso tan indeleblemente sobre él, y que casi todos los discordantes partidos de la cristiandad reconocen, aunque ellos naturalmente pasan por alto una palabra a la que ninguno le ha prestado atención, y que significa un centro vivo y exclusivo. Negar esto constituye un muy temerario error exegético; pues cualquier examen serio de las palabras del Señor, basta para probar que se venía hablando del caso de un individuo en su trato con “la iglesia” o asamblea (no con la sinagoga). Después de eso (v. 18), el Señor da fuerza a esta acción con su solemne declaración de que el cielo da su aprobación cuando se ata o se desata (sin relación con las llaves), y con la seguridad, llena de gracia, de que Su Padre responde a la petición unida de al menos dos. A continuación, en el v. 20, el Señor concluye con el principio general para el peor de los tiempos, a saber, que Él está en medio, allí donde dos o tres son congregados a Su nombre. Esta última promesa es una invalorable salvaguardia contra toda obra partidaria o divisionista, así como también contra la incredulidad y contra el mundo. Habla poco a aquellos corazones que nunca han tenido, o que han perdido, fe en su Palabra o en su Presencia.

En cuanto a su uso, el caso que estamos tratando difiere por completo de la expresión del v. 5 epi to onomati (επι τω ονοματι), donde Su nombre es constituido el motivo, condición o fundamento para recibir a un niñito, por lo que eis (εις), en este caso, hubiese estado fuera de lugar. En este v. 5, pues, se trata estrictamente de “sobre” (sobre la base de), y no de “en”; y lo mismo podemos decir de Hechos 2:38 cuando Pedro hizo que los judíos que se arrepintiesen fuesen bautizados, cada uno sobre (επι) el nombre de Jesucristo para remisión de los pecados, y recibirían el don del Espíritu Santo. Si se hubiesen arrepentido, hubiesen ya nacido del Espíritu, tal como invariablemente ocurre cuando el arrepentimiento es real. Compárese con Mateo 24:5; Marcos 9:37, 39; 13:6. En Lucas 1:59 toma el matiz de “según”. En Hechos 10:48 el mismo Pedro mandó a los creyentes gentiles a ser bautizados en (εν) el nombre del Señor. Véase también con este mismo sentido: Marcos 16:17; Lucas 16:17; Juan 5:43, etc. Habría sido tan posible como cierto haber dicho “sobre”; pero no es el mismo pensamiento o expresión que “en virtud de” (o “en el poder de”) Su nombre. En Hechos 11:16 Pedro habla del bautismo del Espíritu Santo, en contraste con el de Juan, diciendo en pneumati agio (εν πνευματι αγιω), en donde epi (επι), sobre, no hubiese sido acertado, porque en (εν) significa en el poder del propio Espíritu. En Hechos 19:5 (al igual que en 8:16) aparece el objeto propuesto en el bautismo, y en este caso, entonces, el sentido no es “en” ni tampoco “sobre”, sino “a” o “hacia” (εις). Los Revisores han corregido la errónea traducción “en” de la Versión Autorizada inglesa, pero ellos han puesto “dentro”, lo cual es refutado por su propia traducción de 1 Corintios 10:2 (donde “dentro” sería inadecuado) y por la traducción de Hechos 19:3 de la Versión Autorizada inglesa. El griego admite tanto “hacia” como “dentro”, según el contexto, el cual aquí requiere lo primero. El bautismo con agua no significa otra cosa más allá de “a” o “hacia”. Sólo indica profesión; y el objetivo mismo del apóstol en 1 Corintios 10 es el de insistir en el hecho de que esta profesión puede ser sin vida. Y el mismo caso ocurre en la comisión del Señor en Mateo 28:19, donde se tata de bautizar “a” o “hacia” el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Era bautismo con agua, lo que de por sí no podría tener un alcance mayor. Pero el bautismo del Espíritu tiene un poder completamente diferente, y lleva a cabo una incorporación, no “hacia”, como si se tratase de mera profesión, sino “dentro” de un cuerpo, el cuerpo de Cristo. El deán Alford descarta el “en”, pero argumentó a favor de “dentro” sin validez, con opiniones inciertas aquí, como a menudo vemos en sus notas.

En Mateo 10:41-42 aparece ciertamente la frase peculiar de recibir a un profeta, a un hombre justo y a un discípulo, “al” (εις) respectivo nombre de cada uno, o como tales. En este caso, tal vez sea difícil evitar decir en español “en el nombre del profeta”; pero en realidad el significado es el que mencionamos primero, y no el que derivaría de la preposición en (εν), esto es, en el poder o autoridad de cada uno, como cuando se dice en el nombre de Cristo, o incluso sin ninguna preposición como es el caso en Mateo 7:22; aunque Meyer cree que aquí es preferible decir “por” Tu nombre; y éste bien puede ser el sentido justo de una expresión griega que difiere de las demás, el dativo instrumental.

Asimismo, formas tales como ενεκεν του ó δια το (ó υπερ του) ονομα, significan indiscutiblemente “por amor de tu Nombre”, por lo que no precisamos decir nada más.

En Filipenses 2.10, los Revisores modificaron la Versión Autorizada inglesa al traducir “en” (εν). Si es correcto, significa, como de costumbre, “en virtud de Su nombre” todas las criaturas se inclinarán.

En 1 Corintios 5:4-13, donde se establece de forma perentoria y clara la exclusión a causa del mal, se manda a los santos congregados a actuar en (εν) el nombre del Señor. Dios ordenó que la palabra escrita prescribiese la excomunión, cuando no había presente en Corinto ningún apóstol, ni ningún delegado apostólico como Tito, como tampoco habían sido designados ancianos aún. Esto permanece hasta hoy como el inalienable deber, con la aprobación de Dios, para que la asamblea actúe, siempre que lo requieran las penosas circunstancias como último recurso. Los santos de Corinto eran relajados en varios sentidos, y faltaban a lo que se debía al Señor (o lo ignoraban), al punto extremo de ni siquiera lamentarse de que uno tan evidentemente culpable no fuese quitado de en medio de ellos.

El apóstol dio instrucciones de expurgar la levadura, de acuerdo con el sacrificio de Cristo nuestra pascua; y el Espíritu Santo —previendo que la cristiandad manifestaría una especial desconsideración de esta epístola— tuvo cuidado de que este punto fuese tratado de una manera más poderosa y eficaz que en ninguna otra, no para esa asamblea solamente, sino junto con “todos los que invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo en todo lugar, de ellos y nuestro” (1:2). Ignorar, pues, esto, es algo absolutamente inexcusable.

Además, de hecho que sólo desde el tiempo que los cristianos respecto de los cuales se formuló la pregunta, se hubieron congregado, no como pertenecientes a una denominación, sino simplemente como miembros de Cristo, reconociendo que hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, la fuerza precisa de las palabras del Señor en Mateo 18:20 despertó la atención de algunos. Al creer en la presencia permanente del Espíritu Santo desde Pentecostés, estos cristianos aprendieron el inmenso valor que tiene cada palabra inspirada. La tradición no tuvo ningún lugar de valor a sus ojos. Puesto que ellos aceptaron “toda Escritura” como “inspirada por Dios y útil” (2 Timoteo 3:16), buscaron una entera sujeción a ella como palabra viva, rehusando pretender más de lo que tenían o sustituir inventos o planes humanos en lugar de lo que no tenían. Cualquier erudito que examine el texto en cuestión, habrá de admitir que, a menos que hubiese algún obstáculo en nuestro idioma en este caso particular, “a” o “hacia” es el sentido exacto; porque “dentro” sería absurdo, y, propiamente, εν —y no εις— significa “en”. Pero, más allá de ser una dificultad, el contexto aquí favorece lo suficientemente el verdadero significado de ,ÆH, esto es, congregados “a” mi Nombre, como la presencia central de que todos dependen y en que todos confían.

Sólo entonces, y de esta manera, se percibió que este pasaje constituía una confirmación de la posición que estos cristianos ocupaban, quienes ya se hallaban fundados sobre la base de los principios revelados de la Asamblea de Dios, con las modificaciones necesarias, como debe ser, a causa de la ruina —que con el mayor de los cuidados fue prevista en las últimas epístolas y en el Apocalipsis—, la que siempre debemos tener en cuenta, si queremos evitar esa presunción tan indigna de Cristo y tan inconveniente en todos los que son Suyos. ¡Qué bendición saber que Cristo permanece, como siempre, como el centro incluso de tan sólo dos o tres congregados a Su nombre!

Pero ello fue recibido como verdad segura, a la luz del testimonio de la Escritura mejor comprendida, e independientemente de cualquier otro motivo que el preciso y pleno significado de las palabras de nuestro Salvador. Sólo desde entonces y de esta manera lo hemos aprendido respecto de muchas otras verdades trascendentes: hemos actuado en una pequeña medida para que primero sepamos que ello proviene de Dios y es de Dios; porque precisamos tanto el Espíritu como la Palabra. “Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado” (Mateo 25:29). Nada es más peligroso para el hombre, y más deshonroso para Dios, que abandonar aquello que una vez confesamos y gozamos como divino. ¿Quién puede predecir hasta donde puede llegar el apartamiento de la verdad una vez que comenzó en algún punto?

Orgulho Espiritual Oculto- Jonathan Edwards (1703 – 1758)

A primeira e a pior causa de erro que prevalece nos nossos dias é o orgulho espiritual. Essa é a principal porta que o diabo usa para entrar nos corações daqueles que têm zelo pelo avanço da causa de Cristo. É a principal via de entrada de fumaça venenosa que vem do abismo para escurecer a mente e desviar o juízo. É o meio que Satanás usa para controlar cristãos e obstruir uma obra de Deus. Até que essa doença seja curada, em vão se aplicarão remédios para resolver quaisquer outras enfermidades.

O orgulho é muito mais difícil de ser discernido do que qualquer outra fonte de corrupção porque, por sua própria natureza, leva a pessoa a ter um conceito alto demais de si própria. É alguma surpresa, então, verificar que a pessoa que pensa de si acima do que deve está totalmente inconsciente desse fato? Ela pensa, pelo contrário, que a opinião que tem de si está bem fundamentada e que, portanto, não é um conceito elevado demais. Como resultado, não existe outro assunto no qual o coração esteja mais enganado e mais difícil de ser sondado. A própria natureza do orgulho é criar autoconfiança e expulsar qualquer suspeita de mal em relação a si próprio.

O orgulho toma muitas formas e manifestações e envolve o coração como as camadas de uma cebola – ao se arrancar uma camada, existe outra por baixo dela. Por isto, precisamos ter a maior vigilância imaginável sobre nossos corações com respeito a essa questão e clamar àquele que sonda as profundezas do coração para que nos auxilie. Quem confia em seu próprio coração é insensato.

Como o orgulho espiritual é mascarado por natureza, geralmente não pode ser detectado por intuição imediata como aquilo que é mesmo. É mais fácil ser identificado por seus frutos e efeitos, alguns dos quais quero mencionar junto com os frutos opostos da humildade cristã.

A pessoa espiritualmente orgulhosa sente que já está cheia de luz, não necessitando assim de instrução. Assim, terá a tendência de prontamente rejeitar a oferta de ajuda nesse sentido. Por outro lado, a pessoa humilde é como uma pequena criança que facilmente recebe instrução. É cautelosa no seu conceito de si mesma, sensível à sua grande facilidade em se desviar. Se alguém lhe sugere que está, de fato, saindo do caminho reto, mostra pronta disposição em examinar a questão e ouvir as advertências.

As pessoas orgulhosas tendem a falar dos pecados dos outros: o terrível engano dos hipócritas, a falta de vida daqueles irmãos que têm amargura, a resistência de alguns crentes à santidade. A pura humildade cristã, porém, se cala sobre os pecados dos outros ou, no máximo, fala a respeito deles com tristeza e compaixão. A pessoa espiritualmente orgulhosa critica os outros cristãos por sua falta de crescimento na graça, enquanto o crente humilde vê tanta maldade em seu próprio coração, e se preocupa tanto com isso, que não tem muita atenção para dar aos corações dos outros. Queixa-se mais de si próprio e da sua própria frieza espiritual; sua esperança genuína é que todos os outros tenham mais amor e gratidão a Deus do que ele.

As pessoas espiritualmente orgulhosas falam freqüentemente de quase tudo que percebem nos outros em termos extremamente severos e ásperos. É comum dizerem que a opinião, conduta ou atitude de outra pessoa é do diabo ou do inferno. Muitas vezes, sua crítica é direcionada não só a pessoas ímpias, mas a verdadeiros filhos de Deus e a pessoas que são seus superiores. Os humildes, entretanto, mesmo quando recebem extraordinárias descobertas da glória de Deus, sentem-se esmagados pela sua própria indignidade e impureza. Suas exortações a outros cristãos são transmitidas de forma amorosa e humilde e, ao lidar com seus irmãos e companheiros, eles procuram tratá-los com a mesma humildade e mansidão com que Cristo, que está infinitamente superior a eles, os trata.

O orgulho espiritual comumente leva as pessoas a se comportarem de modo diferente na sua aparência exterior, a assumirem um jeito diferente de falar, de se expressar ou de agir. Por outro lado, o cristão humilde – mesmo sendo firme no seu dever, permanecendo sozinho no caminho do céu ainda que o mundo inteiro o abandone – não sente prazer em ser diferente só para ser diferente. Não procura se colocar numa posição onde possa ser visto e observado como uma pessoa distinta ou especial; muito pelo contrário, dispõe-se a ser todas as coisas a todas as pessoas, a ceder aos outros, a se adaptar aos outros e a agradá-los em tudo menos no pecado.

Pessoas orgulhosas dão muita atenção a oposição e a injúrias; tendem a falar dessas coisas freqüentemente com um ar de amargura ou desprezo. A humildade cristã, em contraste, leva a pessoa a ser mais semelhante ao seu bendito Senhor, o qual, quando foi maltratado não abriu sua boca, mas se entregou em silêncio àquele que julga retamente. Para o cristão humilde, quanto mais clamoroso e furioso o mundo se manifestar contra ele, mais silencioso e quieto ficará, com exceção de quando estiver no seu quarto de oração: lá ele não ficará calado.

Um outro padrão de pessoas espiritualmente orgulhosas é comportar-se de forma a torná-las o foco de atenção. É natural que a pessoa sob a influência do orgulho tome todo o respeito que lhe é oferecido. Se outros demonstram disposição de se submeterem a ela e a cederem em deferência a ela, esta pessoa receberá tais atitudes sem constrangimento. Na verdade, ela se habituou a esperar tal tratamento e a formar uma má opinião de quem não lhe oferece aquilo que pensa merecer.

Uma pessoa sob a influência de orgulho espiritual tende mais a instruir aos outros do que a fazer perguntas. Tal pessoa naturalmente assume ar de mestre. O cristão eminentemente humilde pensa que precisa de ajuda e todo o mundo, enquanto a pessoa espiritualmente orgulhosa acha que todos precisam do que ela tem para oferecer. A humildade cristã, sentindo o peso da miséria dos outros, suplica e implora; o orgulho espiritual, em contraste, ordena e adverte com autoridade.

Assim como o orgulho espiritual leva as pessoas a assumirem muita coisa para si mesmas, de forma semelhante as induz a tratar os outros com negligência. Por outro lado, a pura humildade cristã traz a disposição de honrar a todas as pessoas. Entrar em contendas a respeito do cristianismo por vezes é desaconselhável; no entanto, devemos tomar muito cuidado para não nos recusarmos a discutir com pessoas carnais por as acharmos indignas de nossa consideração. Pelo contrário, devemos condescender a pessoas carnais da mesma forma como Cristo condescendeu a nós – a fim de estar presente conosco na nossa indocilidade e estupidez.



Jonathan Edwards era pastor puritano nas colônias inglesas da América do Norte no século XVIII. Acompanhou e participou do Grande Despertamento, um grande avivamento que atingiu as colônias norte-americanas, a Inglaterra e outros países, no qual George Whitefield e John Wesley também foram instrumentos. Foi autor e um dos maiores teólogos da sua geração. Este artigo foi traduzido e adaptado da sua obra: Some Thoughts concerning the Present Revival of Religion in New England (“Alguns Pensamentos a Respeito do Atual Avivamento Religioso na Nova Inglaterra”).

Irmãos em Cristo Jesus.

Irmãos em Cristo Jesus.
Mt 5:14 "Vós sois a luz do mundo"