domingo, 10 de maio de 2009

La Responsabilidad moral del hombre ante Dios y su falta de Poder- C.H.Mackintosh

La cuestión de la responsabilidad del hombre parece dejar perplejas a muchas almas. Éstas consideran que es difícil —por no decir imposible— conciliar este principio con el hecho de que el hombre carece por completo de poder. «Si el hombre —arguyen— es absolutamente impotente, ¿cómo puede ser responsable? Si él por sí mismo no puede arrepentirse ni creer al Evangelio, ¿cómo puede ser responsable? Y si él, finalmente, no es responsable de creer al Evangelio, ¿sobre qué base, entonces, podrá ser juzgado por rechazarlo?»

Así es como la mente humana razona y arguye; y la teología, lamentablemente, no ayuda a resolver la dificultad, sino que, por el contrario, aumenta la confusión y la oscuridad. Pues, por un lado, una escuela de teología —la «alta» o calvinista— enseña —y correctamente— la completa impotencia o incapacidad del hombre; que si se lo deja librado a sus propios medios, él jamás querrá ni podrá venir a Dios; que esto sólo es posible gracias al poder del Espíritu Santo; que si no fuese por la libre y soberana gracia, nunca una sola alma podría ser salva; que, si de nosotros dependiera, sólo obraríamos mal y nunca haríamos bien. De todo esto, el calvinista deduce que el hombre no es responsable. Su enseñanza es correcta, pero su deducción es errónea. La otra escuela de teología —la «baja» o arminiana— enseña —y correctamente— que el hombre es responsable; que será castigado con eterna destrucción por haber rechazado el Evangelio; que Dios manda a todos los hombres en todo lugar que se arrepientan; que ruega a los pecadores, a todos los hombres, al mundo, que se reconcilien con Él; que Dios quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. De todo esto, el sistema deduce que el hombre tiene el poder o la facultad de arrepentirse y creer. Su enseñanza es correcta; su deducción, errónea.

De esto se sigue que ni los razonamientos humanos ni las enseñanzas de la mera teología —alta o baja— podrán jamás resolver la cuestión de la responsabilidad del hombre y de su falta de poder. La palabra de Dios solamente puede hacerlo; y lo hace de la manera más simple y concluyente. Ella enseña, demuestra e ilustra, desde el comienzo del Génesis hasta el final del Apocalipsis, la completa impotencia del hombre para obrar el bien y su incesante inclinación al mal. La Escritura, en Génesis 6, declara que “todo designio de los pensamientos del corazón de ellos es de continuo solamente el mal”. En Jeremías 17 declara que “engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso”. En Romanos 3 nos enseña que “no hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”.

Además, la Escritura no sólo enseña la doctrina de la absoluta e irremediable ruina del hombre, de su incorregible mal, de su total impotencia para hacer el bien y de su invariable inclinación al mal, sino que también nos provee de un cúmulo de pruebas, absolutamente incontestables, en la forma de hechos e ilustraciones tomados de la historia actual del hombre, que demuestran la doctrina. Nos muestra al hombre en el jardín, creyendo al diablo, desobedeciendo a Dios y siendo expulsado. Lo muestra, tras haber sido expulsado, siguiendo su camino de maldad, hasta que Dios, finalmente, tuvo que enviar el diluvio. Luego, en la tierra restaurada, el hombre se embriaga y se degrada. Es probado sin la ley, y resulta ser un rebelde sin ley. Entonces es probado bajo la ley, y se convierte en un transgresor premeditado. Entonces son enviados los profetas, y el hombre los apedrea; Juan el Bautista es enviado, y el hombre lo decapita; el Hijo de Dios es enviado, y el hombre lo crucifica; el Espíritu Santo es enviado, y el hombre lo resiste.

Así pues, en cada volumen —por decirlo así— de la historia del género humano, en cada sección, en cada página, en cada párrafo, en cada línea, leemos acerca de su completa ruina, de su total alejamiento de Dios. Se nos enseña, de la manera más clara posible, que, si del hombre dependiera, jamás podría ni querría —aunque, seguramente, debería— volverse a Dios, y hacer obras dignas de arrepentimiento. Y, en perfecta concordancia con esto, aprendemos de la parábola de la gran cena que el Señor refirió en Lucas 14, que ni tan siquiera uno de los convidados quiso hallarse a la mesa. Todos los que se sentaron a la mesa, fueron “forzados a entrar”. Ni uno solo jamás habría asistido si hubiese sido librado a su propia decisión. La gracia, la libre gracia de Dios, debió forzarlos a entrar; y así lo hace. ¡Bendito sea por siempre el Dios de toda gracia!

Pero, por otra parte, lado a lado con esto, y enseñado con igual fuerza y claridad, está la solemne e importante verdad de la responsabilidad del hombre. En la Creación, Dios se dirige al hombre como a un ser responsable, pues tal indudablemente lo es. Y además, su responsabilidad, en cada caso, es medida por sus beneficios. Por eso, al abrir la epístola a los Romanos, vemos que el gentil es considerado en una condición sin ley, pero siendo responsable de prestar oído al testimonio de la Creación, lo que no ha hecho. El judío es considerado como estando bajo la ley, siendo responsable de guardarla, lo que no ha hecho. Luego, en el capítulo 11 de la epístola, la cristiandad es considerada como responsable de permanecer en la bondad de Dios, lo cual no hizo. Y en 2.ª Tesalonicenses 1 leemos que aquellos que no obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo, serán castigados con eterna destrucción. Por último, en el capítulo 2 de la epístola a los Hebreos, el apóstol urge en la conciencia esta solemne pregunta: “¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?”

Ahora bien, el gentil no será juzgado sobre la misma base que el judío; tampoco el judío será juzgado sobre la misma base que el cristiano nominal. Dios tratará con cada cual sobre su propio terreno distintivo y conforme a la luz y privilegios recibidos. Hay quienes recibirán “muchos azotes”, y quien será “azotado poco”, conforme a Lucas 12. Será “más tolerable” para unos que para otros, según Mateo 11. El Juez de toda la tierra habrá de hacer lo que es justo; pero el hombre es responsable, y su responsabilidad es medida por la luz y los beneficios que le fueron dados. No a todos se los agrupa indiscriminadamente, como si se hallasen en un terreno común. Al contrario, se hace una distinción de lo más estricta, y nadie será jamás condenado por menospreciar y rechazar beneficios que no hayan estado a su alcance. Pero seguramente el solo hecho de que habrá un juicio, demuestra fehacientemente —aunque no hubiera ninguna otra prueba— que el hombre es responsable.

¿Y quién —preguntamos— es el prototipo de irresponsabilidad por excelencia? Aquel que rechaza o desprecia el Evangelio de la gracia de Dios. El Evangelio revela toda la plenitud de la gracia de Dios. Todos los recursos divinos se despliegan en el Evangelio: El amor de Dios; la preciosa obra y la gloriosa Persona del Hijo; el testimonio del Espíritu Santo. Además, en el Evangelio, Dios es visto en el maravilloso ministerio de la reconciliación, rogando a los pecadores que se reconcilien con Él[1]. Nada puede sobrepasar esto. Es el más elevado y pleno despliegue de la gracia, de la misericordia y del amor de Dios; por tanto, todos los que lo rechazan o menosprecian, son responsables en el sentido más estricto del término, y traen sobre sí el más severo juicio de Dios. Aquellos que rechazan el testimonio de la Creación son culpables; los que quebrantan la ley son más culpables todavía; pero aquellos que rechazan la gracia ofrecida, son los más culpables de todos.

¿Habrá alguno que todavía objete y diga que no es posible reconciliar las dos cosas: la impotencia del hombre y la responsabilidad del hombre? El tal tenga en cuenta que no nos incumbe reconciliarlas. Dios lo ha hecho al incluir ambas verdades una al lado de la otra en su eterna Palabra. Nos corresponde sujetarnos y creer, no razonar. Si atendemos a las conclusiones y deducciones de nuestras mentes, o a los dogmas de las antagónicas escuelas de teología, caeremos en un embrollo y estaremos siempre perplejos y confusos. Pero si simplemente nos inclinamos ante las Escrituras, conoceremos la verdad. Los hombres pueden razonar y rebelarse contra Dios; pero la cuestión es si el hombre ha de juzgar a Dios o Dios ha de juzgar al hombre. ¿Es Dios soberano o no? Si el hombre ha de colocarse como juez de Dios, entonces Dios no es más Dios. “Oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios?” (Romanos 9:20).

Ésta es la cuestión fundamental. ¿Podemos responder a ella? El hecho claro es que esta dificultad referente a la cuestión de poder y responsabilidad es un completo error que surge de la ignorancia de nuestra verdadera condición y de nuestra falta de absoluta sumisión a Dios. Toda alma que se halla en una buena condición moral, reconocerá libremente su responsabilidad, su culpa, su completa impotencia, su merecimiento del justo juicio de Dios, y que si no fuera por la soberana gracia de Dios en Cristo, ella sería inevitablemente condenada. Todos aquellos que no reconocen esto, desde lo profundo de su alma, se ignoran a sí mismos, y se colocan virtualmente en juicio contra Dios. Tal es su situación, si hemos de ser enseñados por la Escritura.

Tomemos un ejemplo. Un hombre me debe cierta suma de dinero; pero es un hombre inconsciente y despilfarrador, de modo que es incapaz de pagarme; y no sólo es incapaz, sino que tampoco tiene el menor deseo de hacerlo. No quiere pagarme; no quiere tener nada que ver conmigo. Si me viera venir por la calle, se ocultaría tan pronto como pudiera con tal que me esquivara. ¿Es responsable? ¿Tengo razones para iniciar acciones legales contra él? ¿Acaso su total incapacidad para pagarme lo exonera de responsabilidad?

Luego le envío a mi siervo con un afectuoso mensaje. Lo insulta. Le envío otro; y lo golpea violentamente. Entonces le envío a mi propio hijo para que le ruegue que venga a mí y se reconozca deudor mío, para que confiese y asuma su propio lugar, y para decirle que no sólo quiero perdonar su deuda, sino también asociarlo a mí. Él entonces insulta a mi hijo de toda forma posible, echa toda suerte de oprobio contra él y, finalmente, lo asesina.

Todo esto constituye simplemente una muy débil ilustración de la verdadera condición de cosas entre Dios y el pecador; sin embargo, algunos quieren razonar y argumentar acerca de la injusticia de sostener que el hombre es responsable. Ello es un fatal error, desde todo punto de vista. En el infierno no hay una sola alma que tenga alguna dificultad sobre este tema. Y con toda seguridad que en el cielo nadie siente ninguna dificultad al respecto. Todos los que se hallen en el infierno reconocerán que recibieron lo que merecían conforme a sus obras; mientras que aquellos que se hallen en el cielo se reconocerán «deudores a la gracia solamente». Los primeros habrán de agradecerse a sí mismos; los últimos habrán de dar gracias a Dios. Creemos que tal es la única solución verdadera a la cuestión de la responsabilidad y el poder del hombre [2].


C.H.M.

NOTAS

[1]N. del A.— Algunos querrían enseñarnos que la expresión “os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2.ª Corintios 5:20) se refiere a los cristianos que son exhortados a reconciliarse con los caminos de Dios. ¡Qué error! Ello pasa por alto completamente el claro sentido del pasaje y sus términos actuales. Dios estaba en Cristo, no reconciliando a los creyentes con Sus caminos, sino reconciliando al mundo consigo. Y ahora la palabra de la reconciliación es encomendada a los embajadores de Cristo, quienes han de rogar a los pecadores que se reconcilien con Dios. La fuerza y la belleza de este precioso pasaje son sacrificadas, a fin de sostener cierta escuela de doctrina que no puede enfrentar la plena enseñanza de la Santa Escritura. ¡Cuánto mejor es abandonar toda escuela y sistema de teología, y venir como un niño al infinito e insondable océano de la divina inspiración!

A fé que opera pelo amor- Halte Fest 1974, pg 185.

“ Pela graça sois salvos, por meio da fé; e isso não vem de vós; é dom de Deus {...} Porque somos feitura sua, criados em Cristo Jesus para as boas obras, as quais Deus preparou para que andássemos nelas” ( Efésios 2:8-10 )
A Palavra de Deus associa a dádiva da fé com as obras que o crente deve realizar. A vida divina há de ser expressar de alguma forma. O Espírito Santo deseja produzir frutos (Gálatas5:22). Deus efetuou em nós algo que lhe agrada, e o efeito de tal procedimento não se restringe ao nosso coração, invisível ás pessoas que nos cercam. Não, Deus também almeja manifestações exteriores e visíveis da parte de seus filhos, algo que honre a Ele e testifique de Seu poder vitorioso sobre o pecado.
Recordando esse princípio singelo, compreenderemos também Tiago 2:20: “ A fé sem obras é morta”, bem como a afirmação de que a fé é arrematada pelas obras ( v 22). Sefundo os pensamento de Deus, faltará algo essencial à fé, caso ela não se faça acompanhar por obras.
Contudo, cabe aqui a pergunta: como a minha fé deve se manifestar visivelmente? É agradável a Deus que eu me dedique a uma lista de boas obras, procurando executá-las regularmente? Devo empenhar-me por manifestar com clareza a minha piedade diante dos homens mediante formalidades? Devo ter sempre uma expressão séria no rosto? Sou obrigado a desenvolver um modo untoso de falar? Preciso adornar a minha linguagem com citações bíblicas? Tenho de buscar incessantemente a prática de boas obras?
Tais coisas por certo não são desprezíveis. No entanto, temos na Bíblia o exemplo dos fariseus que, segundo as próprias palavras do Senhor Jesus, tinham aparência exterior de piedade, mas por dentro estavam cheios de hipocrisia e de iniquidade ( Mateus 23:28) Os Gálatas eram outros cuja prioridade era impressionar como cristãos que agradavam a Deus. Neste empenho eles estavam ao ponto de retroceder a um cristianismo legalista. Paulo escreveu-lhes uma carta para mostrar quão equivocada era essa atitude, mas também lhes ensinou a maneira correta de agir segundo Deus!
Em outra passagem, ele exclama: “ Ainda que eu tenha tamanha fé, a ponto de transportar montes, se não tiver amor, nada serei. E ainda que eu distribua todos os meus bens entre os pobres {..}, se não tiver amor, nada disso me aproveitará” ( 1 Coríntios 13:2-3).
A fé deve operar pelo amor ( Gálatas 5:6). Alguns versículos adiante temos a primeira aplicação prática dessa passagem: “ Sede{...} servos uns dos outros, pelo amor” ( Gálatas 5:13). Ah, você deseja regulamentos para se nortear por eles? Você gosta de observar preceitos minuciosos para convencer a si mesmo de que é piedoso? Toda lei se cumpre em uma única frase: ame a seu próximo! (Gálatas 5:14).
Amar, nesse sentido, é o oposto de ser egoísta. O amor não pensa em si mesmo, e sim no próximo. Amar significa não buscar o meu bem estar, mas primeiro o bem estar de quem esta do meu lado. É dedicar-se ao próximo, ocupar-se de seus problemas e preocupações, participar de sua sina, ajudar no que se fizer necessário. “ Levai as cargas uns dos outros e assim cumprireis a lei de Cristo” ( Gálatas 6:2).
O Senhor Jesus por acaso agiu diferente? O mandamento de amar o próximo é chamado “ a lei régia” ( a lei do rei, tiago 2:8). O Rei dos reis veio a esta terra e viveu diante dos homens anos a fio, dia após dia, e nós fomos chamados por Deus para imitá-lo nisso.
É bom lembrar disso, quando nos perguntamos sobre como viver uma vida de fé, que agrade a Deus.
O Senhor jesus verdadeiramente amava o próximo. Ele servia. Ele levava a carga dos outros. Todo o seu proceder eramarcado pelo amor. O seu amor pelo Pai motivou-o a cumprir a vontade do Pai. Se o nosso coração estiver cheio de amor pelo nosso Salvador e Senhor, então poderemos amar ao próximo. O amor é o primeiro fruto do Espírito ( Gálatas 5:22). O amor põe a fé para operar. O amor também é capaz de enxergar as várias obras que, segundo a vontade de Deus, foram colocadas em nosso caminho para que as realizamos com o fim de honrá-lo. Por meio do amor, a nossa fé encontrará infinitas e variadas possibilidades de se consolidar. A fé ativa e propulsionada pelo amor, contudo, glotifica aquEle que tanto nos amou e derramou o seu amor em nosso coração.
No geral, a preferência de nosso coração é viver segundo certas quantidades de prescrições exteriores. Queremos, por meio delas, assegurar uma aparência piedosa. No entanto, queremos com isso esquivar-nos do constante exercício de uma busca concreta pela vontade de Deus nas diferentes circunstâncias da vida. Não há nada em nossa velha natureza que nos impulsione à abnegação ou a amar o próximo. Pelo contrário: os sentimentos que muitas vezes se manifestam no velho homem são de ordem bem diferente.
No fundo, porém, desejamos, sim, agradar ao Senhor Jesus e glorificar o nosso Pai nos céus. Assim, cuidemos para que a nossa “ fé opere pelo amor”.

Irmãos em Cristo Jesus.

Irmãos em Cristo Jesus.
Mt 5:14 "Vós sois a luz do mundo"