Extraído do Livro " La fé aprueba"
Se llenó de amargura mi alma, Y en mi corazón sentía punzadas.
Tan torpe era yo, que no entendía; Era como una bestia delante de ti.
Aquí llegamos a otro paso más en la narración de la crisis por la cual pasó el alma del salmista en su andar piadoso. Hemos visto cómo su forma de pensar con respecto a los impíos y a Dios fue corregida.
Ahora entramos a considerar cómo, en un tercer aspecto, su pensamiento acerca de sí mismo fue corregido. Esto lo describe en forma vivida y a la vez rigurosa en los dos versículos que estamos considerando. Notemos primero el sorprendente contraste que presenta con lo que anteriormente dijo acerca de sí mismo en los versículos 13 y 14. Allí dijo: "¡En vano he limpiado mi corazón y lavado mis manos en inocencia! Pues he sido azotado todo el día, y castigado todas las mañanas". Se tiene mucha lástima. Es muy correcto, un hombre muy bueno Se le está presionando mucho, se le trata injustamente, y aun Dios mismo parece ser injusto con él. Esto es lo que pensó de sí mismo cuando estaba fuera de santuario. Sin embargo, dentro del santuario todo cambió:
"Se llenó de amargura mi alma, y en mi corazón sentía punzadas Tan torpe era yo, que no entendía; era como una bestia delante de ti”. (¡Qué transformación!) ¡Qué concepto totalmente diferente de sí mismo. Y todo como resultado de que su forma de pensar fue corregida y hecha verdaderamente espiritual.
Esto es un asunto muy importante y el punto más sobresaliente en todo el desarrollo de la enseñanza de este Salmo. Seamos bien sinceros y honestos y admitamos que nosotros somos muy propensos a detenernos antes de llegar a este punto. Estamos satisfechos con leer acerca de los impíos —y no conozco a nadie que se ha incomodado por un sermón que muestra cómo los impíos han sido puestos en lugares resbaladizos. También está esta gran y exaltada doctrina acerca de Dios: "Jehová reina". A todos nos gusta escuchar acerca de ella. Aceptamos la enseñanza en cuanto al juicio de los impíos y nos gusta leer de la gloria y la majestad de Dios, porque esto nos hace sentir que todo está bien con nosotros. El peligro es detenernos en este punto y no seguir más adelante. El salmista, sin embargo, sigue adelante, y al hacerlo, no solamente nos revela su honestidad, sinceridad y veracidad, que eran parte tan esencial de su formación, sino que también —y esto es lo que quiero enfatizar— exhibe una comprensión de la naturaleza de la vida espiritual.
En estos dos versículos tenemos un relato de su arrepentimiento. Nos enteramos de lo que dijo de sí mismo y, en particular, acerca de su reciente conducta. Es, por cierto, un clásico ejemplo de un honesto examen de conciencia. Les invito a considerar esto conmigo por la importancia que tiene en la disciplina cristiana. Este arrepentimiento, este estado en el cual el hombre se detiene y habla consigo mismo, es uno de los aspectos más esenciales y vitales en lo que comúnmente se llama disciplina de la vida cristiana. No me disculpo por enfatizar este punto nuevamente, porque es algo que ha sido seriamente descuidado en estos días. ¿Con cuánta frecuencia oímos acerca de la disciplina en la vida cristiana? ¿Cuántas veces hablamos de esto? ¿Cuántas veces lo encontramos realmente en el centro del andar cristiano?
Hubo un tiempo en la Iglesia Cristiana cuando ocupaba un lugar central, y creo verdaderamente que el estado actual de la Iglesia se debe a nuestro descuido de esta disciplina. Realmente, no veo esperanza alguna de un verdadero avivamiento y un verdadero despertar hasta que volvamos a esta disciplina.
Al abordar este tema, quisiera comenzar diciendo que existen dos peligros principales, y como es habitual, están en extremos opuestos. Nosotros somos criaturas dadas a excesos, tomando posiciones ya sea en un extremo o en el otro. La dificultad está en caminar en la posición correcta, evitando las reacciones violentas; porque la verdadera posición en la uda cristiana es generalmente en el centro, entre los dos extremos. Un peligro bastante común ha sido la morbosidad y la introspección. Yo diría que no es una dificultad muy común entre cristianos hoy en día, aunque hay algunos que todavía están sujetos a ello. En algunas partes de Gran Bretaña, como por ejemplo, las regiones montañosas de Escocia, se encontrará todavía esta tendencia a que me estoy refiriendo. En un tiempo esto era muy común entre los celtas de esa región y en otras partes. Yo también fui criado en un ambiente religioso dado a esta tendencia, donde las personas pasaban gran parte de sus vidas analizándose y condenándose, sólo conscientes de su indignidad e incapacidad. Como resultado de esta actitud se volvían introspectivas, y se encerraban en sí mismas. Vivían continuamente tomándose el pulso y la temperatura espiritual, casi sumergidas en este proceso de condenación de sí mismas.
Les contaré la historia de una de las escenas más patéticas que he tenido que presenciar. Estuve al lado del lecho de muerte de uno de los hombres más santos y píos que he tenido el privilegio de conocer. En el cuarto estaban sus dos hijas, siendo ambas de edad madura. £1 anciano padre sabía que se estaba muriendo, y lo que más le preocupaba era que sus hijas no eran miembros de una Iglesia, y que nunca habían participado de la Santa Cena. Era realmente un caso asombroso, porque sería difícil encontrar dos mujeres tan santas y tan activas en la vida de la Iglesia. Sin embargo, no eran miembros de la Iglesia. ¿Por qué nunca habían participado de la Santa Cena? Porque no se sentían merecedoras de la misma; sentían que no estaban en condiciones de venir a la mesa, tan conscientes estaban de sus fracasos, de sus pecados y de sus defectos. Dos excelentes mujeres cristianas que por su introspección y encierro en sí mismas, creyeron no tener derecho de participar de la vida íntima de la Iglesia.
Esto era muy común en un tiempo. Algunos se levantaban en las reuniones de Iglesia para decir cuan pecadores eran y enfatizar cuánto habían fracasado. Tenían la esperanza de llegar al cielo, sí, pero no podían entender cómo criaturas tan indignas podían lograrlo. Ustedes seguramente estarán familiarizados con esta actitud por lo que han leído. Sin duda era una tendencia en las \idas de los santos Juan Fletcher y Henry Martyn. Estos no eran casos extremos, pero evidentemente tenían esta tendencia, y era una fase de la piedad de aquella época.
Este no es, en ninguna manera, el peligro de hoy en día, particularmente aquí en Londres y en los círculos en donde la mayoría de nosotros nos movemos. En verdad, el peligro entre nosotros es totalmente diferente; es el peligro contra el cual el profeta Jeremías nos amonesta cuando habla de aquellos que "curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz y 'no hay paz'. Es el extremo Opuesto a la otra tendencia. Es la ausencia de una real y santa tristeza por el pecado, con la inclinación a disculpamos y de consideramos a nosotros, a nuestros pecados, nuestras fallas y nuestros fracasos, muy livianamente.
Permítaseme expresarlo en una forma más drástica aún." Creo que existe un verdadero peligro entre algunos, y en particular entre evangélicos, de abusar de la doctrina de la salvación, de abusar de las grandes doctrinas de la justificación por la fe solamente y de la seguridad de la salvación con el consecuente fracaso al no comprender lo que realmente es el pecado ante los ojos de Dios, y lo que realmente significa en un hijo de Dios. No sé por qué, pero la idea que el arrepentimiento no debería tener parte alguna en la vida, del cristiano, parece haber ganado popularidad. Hay quienes piensan que está mal hablar de arrepentimiento. Dicen que en el momento en que uno se ha dado cuenta que ha pecado y que ha puesto su pecado "bajo la sangre" ya está bien. Detenerse para pensar en eso y condenarse a sí mismo significa que hay falta de fe. En el momento que miramos a Jesús ya está todo bien. Nos curamos a nosotros mismos muy fácilmente; en verdad, no vacilo en decir que el problema con la mayoría de nosotros, en un sentido, es que somos demasiado "sanos" espiritualmente. Lo digo enfáticamente, somos demasiado volubles y muy superficiales. No; nos preocupamos de estos problemas; nosotros, contrariamente a lo que hace el salmista en estos dos versículos, andamos muy a gusto con nosotros mismos Somos muy distintos al hombre que se describe en las Escrituras.
Sugiero que esto se debe al hecho que nosotros no hemos llegado a dar el paso que el salmista dio. En el santuario no solamente se dio cuenta acerca de los impíos y de Dios, sino también acerca de sí mismo. Parece que hoy en día no hacemos esto y el resultado es la falsa apariencia de salud, como si todo estuviera bien con nosotros. Hay muy poco de polvo y cenizas; hay muy peco de divina tristeza por el pecado; hay muy poca evidencia de verdadero arrepentimiento.
Deseo mostrar que la necesidad de arrepentimiento y la importancia del mismo es algo que se enseña en todas las Escrituras. £1 ejemplo clásico de esta enseñanza, desde luego, se encuentra en la parábola del Hijo Pródigo. Allí tenemos la historia de un hombre que pecó, y que en su insensatez, dejó su casa y después se encontró con que las cosas le fueron mal. ¿Qué pasó? Cuando se dio cuenta, ¿qué hizo? Se condenó a sí mismo, habló consigo mismo. Se trató a sí mismo severamente. Y fue sólo después de esto que se levantó y se volvió a su padre. O bien, tomemos esa maravillosa declaración en 2* Corintios 7:9-11. Estos cristianos en Corinto habían cometido un pecado y Pablo les escribió acerca de ello y envió también a Tito a predicarles sobre el tema. La acción que siguió nos proporciona una definición de lo que realmente significa un verdadero arrepentimiento espiritual. Lo que alegró al gran apóstol acerca de ellos fue la forma en que se trataron a sí mismos. Notemos que lo describe en detalle. Dice: "Porque he aquí, esto mismo de que hayáis sido contristados según Dios ¡qué solicitud produjo en vosotros, qué defensa, qué indignación, qué temor, qué ardiente afecto, qué celo, y qué vindicación! En todo os habéis mostrado limpios en el asunto". Estos corintios se trataron a sí mismos severamente y se condenaron a sí mismos; se "contristaron según Dios", y debido a esto Pablo les dice que nuevamente están en un lugar de bendición.
Otro ejemplo maravilloso de esta verdad la encontramos en el libro de Job. ¿Recordamos cómo Job a través de la parte principal de ese libro se justifica a sí mismo, defendiéndose y a veces sintiendo lástima de sí mismo? Pero cuando él vino sinceramente a la presencia de Dios, cuando llegó al lugar en donde se encontró con Dios, esto es lo que dijo: "Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza" (Job 42:6). No hubo otro hombre más piadoso que Job, el más recto, el más religioso de todos en este mundo. Sin embargo, ahora, a causa de la adversidad, no se acuerda más de las buenas cosas que había tenido ni de las bendiciones de que había disfrutado. Job estuvo tentado a pensar de Dios en la misma manera que el autor del Salmo 73, y dijo cosas que no debería haber dicho. Pero cuando ve a Dios, tapa su boca con su mano y dice "me arrepiento en polvo y ceniza". Me pregunto si conocemos esta experiencia. ¿Sabemos lo que es aborrecernos a nosotros mismos y arrepentimos en polvo y ceniza? La doctrina popular de nuestros días no parece congeniar con esto, pues enseña que nosotros ya hemos pasado Romanos 7. No debemos hablar de sentirnos tristes por el pecado, porque esto significaría estar toda-\¡a en las primeras etapas de la vida cristiana. Así es que salteamos Romanos 7 y nos quedamos en Romanos 8. ¿Pero hemos estado alguna vez en Romanos 7? ¿Hemos dicho alguna vez desde el fondo de nuestro corazón: "¡ Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" ¿Alguna vez nos hemos arrepentido, en verdad, en polvo y cenizas? Esta es una parte muy vital en la disciplina de la vida cristiana. Leamos las vidas de los santos a través de los siglos y veremos que hicieron esto muy frecuentemente. Leamos nuevamente la vida de Henry Martyn, por ejemplo; miremos a cualquiera de los grandes hombres de Dios, y encontraremos que muchos de ellos se aborrecían a sí mismos. Odiaban sus vidas en este mundo; se odiaban a sí mismos en este sentido. Y era por eso que fueron grandemente bendecidos por Dios.
Nada es más importante, entonces, para nosotros que seguir al salmista y ver exactamente lo que hizo. Tenemos que aprender a mirarnos a nosotros mismos y tratarnos con firmeza. Esto es primordial en la vida cristiana. ¿Cuáles son los pasos? He procurado dividirlos de la siguiente manera.
Primeramente, tenemos que confesar honestamente lo que hemos hecho. No nos gusta hacer esto. Nos damos cuenta de lo que hemos hecho, y la tendencia es decir: "He vuelto a Cristo, enseguida me ha perdonado y todo está bien". Esto es un error. Tenemos que confesar que hemos hecho esto. El salmista perdió mucho tiempo en conmiserarse de sí mismo, en mirar a otras personas y envidiarlas. Perdió mucho tiempo con pensamientos indignos acerca de Dios y sus caminos. Sin embargo, después de su recuperación en el santuario, se dijo a sí mismo: "Yo debo pasar la misma cantidad de tiempo mirándome a mí mismo, y a lo que he hecho". No debemos escatimarnos. Debemos en verdad confesar lo que hemos hecho, que equivale a decir que debemos deliberadamente poner estas cosas delante de nosotros. No debemos protegernos de ninguna manera; no debemos ceder a la tentación de escaparnos de nuestro pecado; no debemos mirarlo en forma casual. Debemos deliberadamente poner los hechos delante de nosotros y decir: "Esto es lo que he hecho, esto es lo que he pensado y lo que he dicho".
Pero no solamente esto. Debo analizar y desmenuzar esto en todos sus detalles y considerar todo lo que involucra e implica. Esto es lo que por medio de la disciplina propia debemos hacer implacable y resueltamente. Es indudable que el salmista hizo esto. Es por esto que termina diciendo: "igual que una bestia". Nosotros nunca nos aborreceremos si no hacemos esto. Debemos poner nuestro pecado delante de nosotros hasta que lo veamos tal cual es.
Enfatizaré que debemos particularizarlo y analizarlo en detalle. Sé que esto es penoso. Significa que no sólo es suficiente ir a Dios y decir: "Dios, soy un pecador". Debemos detallar nuestro pecado, debemos confesarlo a nosotros mismos y a Dios minuciosamente. Ahora bien, es más fácil decir: "soy un pecador", que: "he dicho algo que no debería haber dicho, o pensado algo que no debería haber pensado", o, "he abrigado un pensamiento impuro". La esencia del asunto es llegar hasta el detalle, particularizarlo, expresarlo todo, poner todos los detalles delante de uno mismo, analizarse a uno mismo y enfrentar el horrible carácter del pecado hasta su más profundo detalle. Esto es lo que los maestros en la vida espiritual han hecho. Leamos sus manuales, leamos las publicaciones de los hombres más santos que han adornado la vida de la Iglesia y nos daremos cuenta que siempre han procedido así. Ya he recordado a Juan Fletcher. El no solamente se hacía doce preguntas a sí mismo antes de acostarse a la noche sino que enseñó a su congregación a que haga lo mismo. No se contentó con un rápido examen general; se examinó en detalle con preguntas tales como ¿me enojo yo?, ¿me he enojado hoy? ¿He hecho la vida ingrata para alguien hoy?, ¿he escuchado hoy a alguna sugerencia que el diablo puso en mi mente, algún pensamiento impuro?, ¿he persistido en pensarlo, o lo he rechazado de inmediato? Debemos hacer un recuento de todo lo del día y ponerlo delante de nosotros y enfrentarlo. Esto es verdaderamente un examen de conciencia.
Luego debemos examinarlo todo a la vista de Dios, "ante El". Debemos llevar todas estas cosas incluyéndonos a nosotros mismos a la presencia de Dios y antes de hablar con Dios, debemos condenarnos a nosotros mismos. Notemos las palabras de Pablo en 2 Corintios 7:11: "qué indignación". Ellos estaban indignados consigo mismos. El problema es que nosotros no estamos indignados con nosotros mismos, y tendríamos que estarlo, porque todos somos culpables de los pecados que ya he enumerado. Estas son cosas horribles a la vista de Dios, y no estamos indignados. Nos llevamos muy bien con nosotros mismos; es por eso que nuestro testimonio es tan poco eficaz. Tenemos que aprender a humillarnos, tenemos que aprender cómo humillarnos, tenemos que aprender a golpearnos. Pablo nos dice en 1Corintios 9:27: “. Lo pongo en servidumbre". Metafóricamente él se castiga, se golpea hasta estar morado: esa es la derivación de la palabra traducida "poner en servidumbre". Nosotros debemos hacer lo mismo. Es una parte esencial de la disciplina. Indudablemente el autor del Salmo lo hizo porque termina diciendo: "Tan torpe era yo, que no entendía: ¡era como una bestia delante de ti! Solamente una persona que haga pasado por el proceso de un profundo examen de conciencia puede llegar a esta conclusión. Si queremos, entonces, llegar a esto, debemos persistir en este camino que hemos indicado y examinarnos de verdad para vemos tal como somos realmente.
El próximo punto que debemos considerar es éste: ¿qué es lo que descubrimos cuando hemos hecho todo esto? No puede haber ninguna duda a la respuesta dada en este Salmo. Lo que el autor encontró después de haberse examinado, y de haber realmente corregido su pensamiento acerca de sí mismo, fue que la causa principal, quizás la única causa de sus problemas, era él mismo. Este es siempre el problema. Nuestro yo es nuestro principal y constante enemigo; y es una de las más prolijas causas de nuestra infelicidad. Como resultado de la caída de Adán, nos centramos en nuestro ego. Somos sensibles en cuanto a nosotros mismos. Somos siempre egoístas, estamos siempre protegiéndonos, siempre listos a imaginarnos ofensas, siempre listos a decir que hemos sido engañados y tratados injustamente. ¿Acaso no estoy hablando de nuestra experiencia real? Que Dios tenga misericordia de nosotros. Es la verdad acerca de todos nosotros. El yo, este enemigo que aun trata de hacer que un hombre sea orgulloso de su propia humillación. El salmista encontró que ésta era la causa de todos sus problemas. Estaba errado su pensamiento acerca de los impíos, estaba equivocado en su juicio acerca de Dios. Pero la causa primordial de todos sus problemas estaba radicada en su pensar acerca de sí mismo. Era porque siempre estaba dando vueltas alrededor de sí mismo que todas las demás cosas le parecieron terriblemente malas, y totalmente injustas.
Quiero presentarles la psicología enseñada en este versículo, la verdadera psicología bíblica. ¿Lo hemos notado? Cuando el yo toma control de nosotros hay algo que sucede inevitablemente. Nuestros corazones comienzan a controlar nuestras mentes. Escuchemos al salmista. El se recuperó en la casa de Dios; su parecer acerca de los impíos y en cuanto a Dios fue corregido. Ahora se dirige a sí mismo y dice: "Se llenó de amargura mi alma y en mi corazón sentía punzadas" —nuevamente una parte de la sensibilidad— "tan torpe era yo, que no entendía; ¡era como una bestia delante de M!" Notemos el orden. Pone el corazón antes que la mente.
Hace notar que su corazón estuvo lleno de amargura' antes de que su mente comenzara a funcionar mal: el corazón primero, luego la cabeza.
Esta es una de las partes más profundas de la psicología que jamás podamos entender. El problema real está en que cuando uno se defiende a sí mismo, logra que se invierta el verdadero orden y el sentido exacto de proporción. Todos nuestros problemas son causados, en última instancia, por el hecho de que somos gobernados por nuestros corazones y sentimientos en vez de guiarnos por un pensar claro y un honesto análisis de las cosas delante de Dios. El corazón es una facultad muy poderosa dentro de nosotros. Cuando el corazón llega a controlar al hombre, lo intimida. Nos hace estúpidos; se apodera de nosotros de tal manera que nos volvemos irracionales y no podemos pensar claramente. Esto es lo que le pasó a este hombre. Pensó que era puramente un asunto de factores: ¡allí están los impíos, mírenlos y mírenme a mí! Pensó que era racional. Descubrió en el santuario que en verdad no fue racional, sino que su pensamiento estaba gobernado por sus sentimientos.
¿No es éste el problema con todos nosotros? El apóstol Pablo describe todo este problema en un gran párrafo en Filipenses 4:6-7. Observemos el orden de las palabras. "Por nada estéis afanosos, (no se preocupen por nada), sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias". Y luego ¿qué pasará? Nos dice el próximo versículo: "Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros pensamientos, y vuestros corazones"? ¡De ninguna manera! Dice: "La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones, y vuestros pensamientos en Cristo Jesús". Los corazones primero, luego los pensamientos, porque aquí el problema está primordialmente en la esfera de los sentimientos.
Vemos aquí una profunda psicología. El Apóstol Pablo era un especialista para tratar las enfermedades del alma. Sabía que no tenía sentido tratar la mente antes de corregir el corazón, y es por esto que pone el corazón primero. El problema con cualquiera que está en esta condición, que siente que está pasando por malos momentos y que las cosas no le están yendo bien, es que comienza a cuestionar a Dios; y en realidad la raíz del problema es su propio corazón turbado, que lo gobierna y controla. Sus sentimientos han tomado posesión de su persona y le han cegado a cualquier otra cosa.
Todos los problemas y las luchas de la vida se deben, en última instancia, a esto. Podemos decir que los problemas familiares, las disputas entre marido y mujer, las peleas entre parientes, las discusiones entre clases y grupos, las peleas entre naciones, se deben al hecho que el yo es controlado por las emociones. Si nos detenemos a pensar, podemos ver cuan malo es esto, porque lo que realmente estamos diciendo es que somos absolutamente perfectos y que todos los demás están equivocados. Pero es patente que esto no puede ser cierto porque todos dicen lo mismo. Todos somos gobernados por este sentimiento acerca de nosotros mismos y estamos tentados a decir: "los demás no se portan bien conmigo, siempre soy mal entendido, siempre me hieren". Los demás dicen exactamente lo mismo. El problema es que nosotros somos controlados por nuestro yo, vivimos en base a nuestras emociones y somos gobernados por ellas de la forma más extraordinaria posición y decimos: "No veo por qué debo ceder". Nos afirmamos. Aun inconscientemente ponemos énfasis en esto. ¿Yo? ¿Qué he hecho de malo? ¿Por qué me han tratado así a mí? "Se llenó de amargura mi alma y en mi corazón sentía punzadas"; es siempre el corazón. El principio que quisiera enfatizar es que cuando el yo tiene el predominio, afecta nuestras emociones. El yo no puede soportar un examen intelectual verdadero. Si nos ponemos a pensar sobre esto, nos daremos cuenta cuan necios somos. Porque luego diremos: "Yo siento esto, pero así siente la otra persona. Yo digo esto, pero él también dice lo mismo. Evidentemente los dos pensamos que tenemos razón. Los dos tenemos la culpa y soy tan malo como el otro". "El que se siente disminuido", dice Juan Bunyan, "no teme la caída. El que es humilde, no teme el orgullo".
Tenemos que aprender a controlar cuidadosamente nuestros corazones. No es de extrañar que las Escrituras dicen: "Dame, hijo mío, tu corazón". No es sorprendente que Jeremías dice: "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso..." ¡Qué tontos somos en nuestra psicología! Nuestra tendencia es decir acerca de otro: "No es muy intelectual: no entiende mucho, ¡pero tiene un buen corazón!" Eso está mal. Por más falta de inteligencia que tengamos, nuestras mentes son mucho mejores que nuestros corazones. Hablando en términos generales, los hombres no son malos porque piensan, sino porque no piensan.
Este pobre hombre del Salmo 73 era controlado por su corazón, pero no lo sabía. Pensaba que tenía razón. El corazón es "engañoso"; es muy hábil y astuto. Es por eso que tenemos que vigilarlo. "Y esta es la condenación”, leemos en Juan 3:19, "que la luz vino al mundo. Y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas”. Es el corazón el que está mal, y es así que terminamos con el consejo del hombre sabio en Proverbios 4:23: "Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida". Vigila tu corazón, vigílate a ti mismo, vigila tus emociones. Cuando tu corazón está amargado, todo estará dolorido, y nada estará bien. Es el corazón lo que domina todo y hay un solo remedio final para el corazón dolorido y amargado: es acudir a Dios como lo hizo el salmista, y darse cuenta que Dios en su infinito amor y gracia, en su misericordia y compasión envió a su Hijo a este mundo para morir en una cruz, para que al aborrecernos a nosotros mismos, podamos ser perdonados y tener nuevamente un corazón limpio, y que la oración de David: "Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio..." sea contestada. La respuesta a esa oración está en Cristo. El puede limpiar el corazón y santificar el alma.
Una vez que el hombre se conoce a sí mismo y ve lo horrendo de su pecado y la falacia de su corazón, sabe que tiene que acudir a Cristo. Allí encuentra perdón y purificación, una nueva vida, una nueva naturaleza, un nuevo corazón, un nuevo nombre. Gracias a Dios por este evangelio que puede dar al hombre un nuevo corazón y renovar un espíritu recto dentro de él.
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