quinta-feira, 1 de outubro de 2009

Examen de Conciencia- D.M Lloyd Jones

Extraído do Livro " La fé aprueba"
Se llenó de amargura mi alma, Y en mi corazón sentía punzadas.
Tan torpe era yo, que no entendía; Era como una bestia delante de ti.

Aquí llegamos a otro paso más en la narración de la crisis por la cual pasó el alma del salmista en su andar piadoso. Hemos visto cómo su forma de pensar con respecto a los impíos y a Dios fue corregida.
Ahora entramos a considerar cómo, en un tercer aspecto, su pensamiento acerca de sí mismo fue corregido. Esto lo describe en forma vivida y a la vez rigurosa en los dos versículos que estamos considerando. Notemos primero el sorprendente contraste que presenta con lo que anteriormente dijo acerca de sí mismo en los versículos 13 y 14. Allí dijo: "¡En vano he limpiado mi corazón y lavado mis manos en inocencia! Pues he sido azotado todo el día, y castigado todas las mañanas". Se tiene mucha lástima. Es muy correcto, un hombre muy bueno Se le está presionando mucho, se le trata injustamente, y aun Dios mismo parece ser injusto con él. Esto es lo que pensó de sí mismo cuando estaba fuera de santuario. Sin embargo, dentro del santuario todo cambió:
"Se llenó de amargura mi alma, y en mi corazón sentía punzadas Tan torpe era yo, que no entendía; era como una bestia delante de ti”. (¡Qué transformación!) ¡Qué concepto totalmente diferente de sí mismo. Y todo como resultado de que su forma de pensar fue corregida y hecha verdaderamente espiritual.
Esto es un asunto muy importante y el punto más sobresaliente en todo el desarrollo de la enseñanza de este Salmo. Seamos bien sinceros y honestos y admitamos que nosotros somos muy propensos a detenernos antes de llegar a este punto. Estamos satisfechos con leer acerca de los impíos —y no conozco a nadie que se ha incomodado por un sermón que muestra cómo los impíos han sido puestos en lugares resbaladizos. También está esta gran y exaltada doctrina acerca de Dios: "Jehová reina". A todos nos gusta escuchar acerca de ella. Aceptamos la enseñanza en cuanto al juicio de los impíos y nos gusta leer de la gloria y la majestad de Dios, porque esto nos hace sentir que todo está bien con nosotros. El peligro es detenernos en este punto y no seguir más adelante. El salmista, sin embargo, sigue adelante, y al hacerlo, no solamente nos revela su honestidad, sinceridad y veracidad, que eran parte tan esencial de su formación, sino que también —y esto es lo que quiero enfatizar— exhibe una comprensión de la naturaleza de la vida espiritual.
En estos dos versículos tenemos un relato de su arrepentimiento. Nos enteramos de lo que dijo de sí mismo y, en particular, acerca de su reciente conducta. Es, por cierto, un clásico ejemplo de un honesto examen de conciencia. Les invito a considerar esto conmigo por la importancia que tiene en la disciplina cristiana. Este arrepentimiento, este estado en el cual el hombre se detiene y habla consigo mismo, es uno de los aspectos más esenciales y vitales en lo que comúnmente se llama disciplina de la vida cristiana. No me disculpo por enfatizar este punto nuevamente, porque es algo que ha sido seriamente descuidado en estos días. ¿Con cuánta frecuencia oímos acerca de la disciplina en la vida cristiana? ¿Cuántas veces hablamos de esto? ¿Cuántas veces lo encontramos realmente en el centro del andar cristiano?
Hubo un tiempo en la Iglesia Cristiana cuando ocupaba un lugar central, y creo verdaderamente que el estado actual de la Iglesia se debe a nuestro descuido de esta disciplina. Realmente, no veo esperanza alguna de un verdadero avivamiento y un verdadero despertar hasta que volvamos a esta disciplina.
Al abordar este tema, quisiera comenzar diciendo que existen dos peligros principales, y como es habitual, están en extremos opuestos. Nosotros somos criaturas dadas a excesos, tomando posiciones ya sea en un extremo o en el otro. La dificultad está en caminar en la posición correcta, evitando las reacciones violentas; porque la verdadera posición en la uda cristiana es generalmente en el centro, entre los dos extremos. Un peligro bastante común ha sido la morbosidad y la introspección. Yo diría que no es una dificultad muy común entre cristianos hoy en día, aunque hay algunos que todavía están sujetos a ello. En algunas partes de Gran Bretaña, como por ejemplo, las regiones montañosas de Escocia, se encontrará todavía esta tendencia a que me estoy refiriendo. En un tiempo esto era muy común entre los celtas de esa región y en otras partes. Yo también fui criado en un ambiente religioso dado a esta tendencia, donde las personas pasaban gran parte de sus vidas analizándose y condenándose, sólo conscientes de su indignidad e incapacidad. Como resultado de esta actitud se volvían introspectivas, y se encerraban en sí mismas. Vivían continuamente tomándose el pulso y la temperatura espiritual, casi sumergidas en este proceso de condenación de sí mismas.
Les contaré la historia de una de las escenas más patéticas que he tenido que presenciar. Estuve al lado del lecho de muerte de uno de los hombres más santos y píos que he tenido el privilegio de conocer. En el cuarto estaban sus dos hijas, siendo ambas de edad madura. £1 anciano padre sabía que se estaba muriendo, y lo que más le preocupaba era que sus hijas no eran miembros de una Iglesia, y que nunca habían participado de la Santa Cena. Era realmente un caso asombroso, porque sería difícil encontrar dos mujeres tan santas y tan activas en la vida de la Iglesia. Sin embargo, no eran miembros de la Iglesia. ¿Por qué nunca habían participado de la Santa Cena? Porque no se sentían merecedoras de la misma; sentían que no estaban en condiciones de venir a la mesa, tan conscientes estaban de sus fracasos, de sus pecados y de sus defectos. Dos excelentes mujeres cristianas que por su introspección y encierro en sí mismas, creyeron no tener derecho de participar de la vida íntima de la Iglesia.
Esto era muy común en un tiempo. Algunos se levantaban en las reuniones de Iglesia para decir cuan pecadores eran y enfatizar cuánto habían fracasado. Tenían la esperanza de llegar al cielo, sí, pero no podían entender cómo criaturas tan indignas podían lograrlo. Ustedes seguramente estarán familiarizados con esta actitud por lo que han leído. Sin duda era una tendencia en las \idas de los santos Juan Fletcher y Henry Martyn. Estos no eran casos extremos, pero evidentemente tenían esta tendencia, y era una fase de la piedad de aquella época.
Este no es, en ninguna manera, el peligro de hoy en día, particularmente aquí en Londres y en los círculos en donde la mayoría de nosotros nos movemos. En verdad, el peligro entre nosotros es totalmente diferente; es el peligro contra el cual el profeta Jeremías nos amonesta cuando habla de aquellos que "curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz y 'no hay paz'. Es el extremo Opuesto a la otra tendencia. Es la ausencia de una real y santa tristeza por el pecado, con la inclinación a disculpamos y de consideramos a nosotros, a nuestros pecados, nuestras fallas y nuestros fracasos, muy livianamente.
Permítaseme expresarlo en una forma más drástica aún." Creo que existe un verdadero peligro entre algunos, y en particular entre evangélicos, de abusar de la doctrina de la salvación, de abusar de las grandes doctrinas de la justificación por la fe solamente y de la seguridad de la salvación con el consecuente fracaso al no comprender lo que realmente es el pecado ante los ojos de Dios, y lo que realmente significa en un hijo de Dios. No sé por qué, pero la idea que el arrepentimiento no debería tener parte alguna en la vida, del cristiano, parece haber ganado popularidad. Hay quienes piensan que está mal hablar de arrepentimiento. Dicen que en el momento en que uno se ha dado cuenta que ha pecado y que ha puesto su pecado "bajo la sangre" ya está bien. Detenerse para pensar en eso y condenarse a sí mismo significa que hay falta de fe. En el momento que miramos a Jesús ya está todo bien. Nos curamos a nosotros mismos muy fácilmente; en verdad, no vacilo en decir que el problema con la mayoría de nosotros, en un sentido, es que somos demasiado "sanos" espiritualmente. Lo digo enfáticamente, somos demasiado volubles y muy superficiales. No; nos preocupamos de estos problemas; nosotros, contrariamente a lo que hace el salmista en estos dos versículos, andamos muy a gusto con nosotros mismos Somos muy distintos al hombre que se describe en las Escrituras.
Sugiero que esto se debe al hecho que nosotros no hemos llegado a dar el paso que el salmista dio. En el santuario no solamente se dio cuenta acerca de los impíos y de Dios, sino también acerca de sí mismo. Parece que hoy en día no hacemos esto y el resultado es la falsa apariencia de salud, como si todo estuviera bien con nosotros. Hay muy poco de polvo y cenizas; hay muy peco de divina tristeza por el pecado; hay muy poca evidencia de verdadero arrepentimiento.
Deseo mostrar que la necesidad de arrepentimiento y la importancia del mismo es algo que se enseña en todas las Escrituras. £1 ejemplo clásico de esta enseñanza, desde luego, se encuentra en la parábola del Hijo Pródigo. Allí tenemos la historia de un hombre que pecó, y que en su insensatez, dejó su casa y después se encontró con que las cosas le fueron mal. ¿Qué pasó? Cuando se dio cuenta, ¿qué hizo? Se condenó a sí mismo, habló consigo mismo. Se trató a sí mismo severamente. Y fue sólo después de esto que se levantó y se volvió a su padre. O bien, tomemos esa maravillosa declaración en 2* Corintios 7:9-11. Estos cristianos en Corinto habían cometido un pecado y Pablo les escribió acerca de ello y envió también a Tito a predicarles sobre el tema. La acción que siguió nos proporciona una definición de lo que realmente significa un verdadero arrepentimiento espiritual. Lo que alegró al gran apóstol acerca de ellos fue la forma en que se trataron a sí mismos. Notemos que lo describe en detalle. Dice: "Porque he aquí, esto mismo de que hayáis sido contristados según Dios ¡qué solicitud produjo en vosotros, qué defensa, qué indignación, qué temor, qué ardiente afecto, qué celo, y qué vindicación! En todo os habéis mostrado limpios en el asunto". Estos corintios se trataron a sí mismos severamente y se condenaron a sí mismos; se "contristaron según Dios", y debido a esto Pablo les dice que nuevamente están en un lugar de bendición.
Otro ejemplo maravilloso de esta verdad la encontramos en el libro de Job. ¿Recordamos cómo Job a través de la parte principal de ese libro se justifica a sí mismo, defendiéndose y a veces sintiendo lástima de sí mismo? Pero cuando él vino sinceramente a la presencia de Dios, cuando llegó al lugar en donde se encontró con Dios, esto es lo que dijo: "Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza" (Job 42:6). No hubo otro hombre más piadoso que Job, el más recto, el más religioso de todos en este mundo. Sin embargo, ahora, a causa de la adversidad, no se acuerda más de las buenas cosas que había tenido ni de las bendiciones de que había disfrutado. Job estuvo tentado a pensar de Dios en la misma manera que el autor del Salmo 73, y dijo cosas que no debería haber dicho. Pero cuando ve a Dios, tapa su boca con su mano y dice "me arrepiento en polvo y ceniza". Me pregunto si conocemos esta experiencia. ¿Sabemos lo que es aborrecernos a nosotros mismos y arrepentimos en polvo y ceniza? La doctrina popular de nuestros días no parece congeniar con esto, pues enseña que nosotros ya hemos pasado Romanos 7. No debemos hablar de sentirnos tristes por el pecado, porque esto significaría estar toda-\¡a en las primeras etapas de la vida cristiana. Así es que salteamos Romanos 7 y nos quedamos en Romanos 8. ¿Pero hemos estado alguna vez en Romanos 7? ¿Hemos dicho alguna vez desde el fondo de nuestro corazón: "¡ Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" ¿Alguna vez nos hemos arrepentido, en verdad, en polvo y cenizas? Esta es una parte muy vital en la disciplina de la vida cristiana. Leamos las vidas de los santos a través de los siglos y veremos que hicieron esto muy frecuentemente. Leamos nuevamente la vida de Henry Martyn, por ejemplo; miremos a cualquiera de los grandes hombres de Dios, y encontraremos que muchos de ellos se aborrecían a sí mismos. Odiaban sus vidas en este mundo; se odiaban a sí mismos en este sentido. Y era por eso que fueron grandemente bendecidos por Dios.
Nada es más importante, entonces, para nosotros que seguir al salmista y ver exactamente lo que hizo. Tenemos que aprender a mirarnos a nosotros mismos y tratarnos con firmeza. Esto es primordial en la vida cristiana. ¿Cuáles son los pasos? He procurado dividirlos de la siguiente manera.
Primeramente, tenemos que confesar honestamente lo que hemos hecho. No nos gusta hacer esto. Nos damos cuenta de lo que hemos hecho, y la tendencia es decir: "He vuelto a Cristo, enseguida me ha perdonado y todo está bien". Esto es un error. Tenemos que confesar que hemos hecho esto. El salmista perdió mucho tiempo en conmiserarse de sí mismo, en mirar a otras personas y envidiarlas. Perdió mucho tiempo con pensamientos indignos acerca de Dios y sus caminos. Sin embargo, después de su recuperación en el santuario, se dijo a sí mismo: "Yo debo pasar la misma cantidad de tiempo mirándome a mí mismo, y a lo que he hecho". No debemos escatimarnos. Debemos en verdad confesar lo que hemos hecho, que equivale a decir que debemos deliberadamente poner estas cosas delante de nosotros. No debemos protegernos de ninguna manera; no debemos ceder a la tentación de escaparnos de nuestro pecado; no debemos mirarlo en forma casual. Debemos deliberadamente poner los hechos delante de nosotros y decir: "Esto es lo que he hecho, esto es lo que he pensado y lo que he dicho".
Pero no solamente esto. Debo analizar y desmenuzar esto en todos sus detalles y considerar todo lo que involucra e implica. Esto es lo que por medio de la disciplina propia debemos hacer implacable y resueltamente. Es indudable que el salmista hizo esto. Es por esto que termina diciendo: "igual que una bestia". Nosotros nunca nos aborreceremos si no hacemos esto. Debemos poner nuestro pecado delante de nosotros hasta que lo veamos tal cual es.
Enfatizaré que debemos particularizarlo y analizarlo en detalle. Sé que esto es penoso. Significa que no sólo es suficiente ir a Dios y decir: "Dios, soy un pecador". Debemos detallar nuestro pecado, debemos confesarlo a nosotros mismos y a Dios minuciosamente. Ahora bien, es más fácil decir: "soy un pecador", que: "he dicho algo que no debería haber dicho, o pensado algo que no debería haber pensado", o, "he abrigado un pensamiento impuro". La esencia del asunto es llegar hasta el detalle, particularizarlo, expresarlo todo, poner todos los detalles delante de uno mismo, analizarse a uno mismo y enfrentar el horrible carácter del pecado hasta su más profundo detalle. Esto es lo que los maestros en la vida espiritual han hecho. Leamos sus manuales, leamos las publicaciones de los hombres más santos que han adornado la vida de la Iglesia y nos daremos cuenta que siempre han procedido así. Ya he recordado a Juan Fletcher. El no solamente se hacía doce preguntas a sí mismo antes de acostarse a la noche sino que enseñó a su congregación a que haga lo mismo. No se contentó con un rápido examen general; se examinó en detalle con preguntas tales como ¿me enojo yo?, ¿me he enojado hoy? ¿He hecho la vida ingrata para alguien hoy?, ¿he escuchado hoy a alguna sugerencia que el diablo puso en mi mente, algún pensamiento impuro?, ¿he persistido en pensarlo, o lo he rechazado de inmediato? Debemos hacer un recuento de todo lo del día y ponerlo delante de nosotros y enfrentarlo. Esto es verdaderamente un examen de conciencia.
Luego debemos examinarlo todo a la vista de Dios, "ante El". Debemos llevar todas estas cosas incluyéndonos a nosotros mismos a la presencia de Dios y antes de hablar con Dios, debemos condenarnos a nosotros mismos. Notemos las palabras de Pablo en 2 Corintios 7:11: "qué indignación". Ellos estaban indignados consigo mismos. El problema es que nosotros no estamos indignados con nosotros mismos, y tendríamos que estarlo, porque todos somos culpables de los pecados que ya he enumerado. Estas son cosas horribles a la vista de Dios, y no estamos indignados. Nos llevamos muy bien con nosotros mismos; es por eso que nuestro testimonio es tan poco eficaz. Tenemos que aprender a humillarnos, tenemos que aprender cómo humillarnos, tenemos que aprender a golpearnos. Pablo nos dice en 1Corintios 9:27: “. Lo pongo en servidumbre". Metafóricamente él se castiga, se golpea hasta estar morado: esa es la derivación de la palabra traducida "poner en servidumbre". Nosotros debemos hacer lo mismo. Es una parte esencial de la disciplina. Indudablemente el autor del Salmo lo hizo porque termina diciendo: "Tan torpe era yo, que no entendía: ¡era como una bestia delante de ti! Solamente una persona que haga pasado por el proceso de un profundo examen de conciencia puede llegar a esta conclusión. Si queremos, entonces, llegar a esto, debemos persistir en este camino que hemos indicado y examinarnos de verdad para vemos tal como somos realmente.
El próximo punto que debemos considerar es éste: ¿qué es lo que descubrimos cuando hemos hecho todo esto? No puede haber ninguna duda a la respuesta dada en este Salmo. Lo que el autor encontró después de haberse examinado, y de haber realmente corregido su pensamiento acerca de sí mismo, fue que la causa principal, quizás la única causa de sus problemas, era él mismo. Este es siempre el problema. Nuestro yo es nuestro principal y constante enemigo; y es una de las más prolijas causas de nuestra infelicidad. Como resultado de la caída de Adán, nos centramos en nuestro ego. Somos sensibles en cuanto a nosotros mismos. Somos siempre egoístas, estamos siempre protegiéndonos, siempre listos a imaginarnos ofensas, siempre listos a decir que hemos sido engañados y tratados injustamente. ¿Acaso no estoy hablando de nuestra experiencia real? Que Dios tenga misericordia de nosotros. Es la verdad acerca de todos nosotros. El yo, este enemigo que aun trata de hacer que un hombre sea orgulloso de su propia humillación. El salmista encontró que ésta era la causa de todos sus problemas. Estaba errado su pensamiento acerca de los impíos, estaba equivocado en su juicio acerca de Dios. Pero la causa primordial de todos sus problemas estaba radicada en su pensar acerca de sí mismo. Era porque siempre estaba dando vueltas alrededor de sí mismo que todas las demás cosas le parecieron terriblemente malas, y totalmente injustas.
Quiero presentarles la psicología enseñada en este versículo, la verdadera psicología bíblica. ¿Lo hemos notado? Cuando el yo toma control de nosotros hay algo que sucede inevitablemente. Nuestros corazones comienzan a controlar nuestras mentes. Escuchemos al salmista. El se recuperó en la casa de Dios; su parecer acerca de los impíos y en cuanto a Dios fue corregido. Ahora se dirige a sí mismo y dice: "Se llenó de amargura mi alma y en mi corazón sentía punzadas" —nuevamente una parte de la sensibilidad— "tan torpe era yo, que no entendía; ¡era como una bestia delante de M!" Notemos el orden. Pone el corazón antes que la mente.
Hace notar que su corazón estuvo lleno de amargura' antes de que su mente comenzara a funcionar mal: el corazón primero, luego la cabeza.
Esta es una de las partes más profundas de la psicología que jamás podamos entender. El problema real está en que cuando uno se defiende a sí mismo, logra que se invierta el verdadero orden y el sentido exacto de proporción. Todos nuestros problemas son causados, en última instancia, por el hecho de que somos gobernados por nuestros corazones y sentimientos en vez de guiarnos por un pensar claro y un honesto análisis de las cosas delante de Dios. El corazón es una facultad muy poderosa dentro de nosotros. Cuando el corazón llega a controlar al hombre, lo intimida. Nos hace estúpidos; se apodera de nosotros de tal manera que nos volvemos irracionales y no podemos pensar claramente. Esto es lo que le pasó a este hombre. Pensó que era puramente un asunto de factores: ¡allí están los impíos, mírenlos y mírenme a mí! Pensó que era racional. Descubrió en el santuario que en verdad no fue racional, sino que su pensamiento estaba gobernado por sus sentimientos.
¿No es éste el problema con todos nosotros? El apóstol Pablo describe todo este problema en un gran párrafo en Filipenses 4:6-7. Observemos el orden de las palabras. "Por nada estéis afanosos, (no se preocupen por nada), sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias". Y luego ¿qué pasará? Nos dice el próximo versículo: "Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros pensamientos, y vuestros corazones"? ¡De ninguna manera! Dice: "La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones, y vuestros pensamientos en Cristo Jesús". Los corazones primero, luego los pensamientos, porque aquí el problema está primordialmente en la esfera de los sentimientos.
Vemos aquí una profunda psicología. El Apóstol Pablo era un especialista para tratar las enfermedades del alma. Sabía que no tenía sentido tratar la mente antes de corregir el corazón, y es por esto que pone el corazón primero. El problema con cualquiera que está en esta condición, que siente que está pasando por malos momentos y que las cosas no le están yendo bien, es que comienza a cuestionar a Dios; y en realidad la raíz del problema es su propio corazón turbado, que lo gobierna y controla. Sus sentimientos han tomado posesión de su persona y le han cegado a cualquier otra cosa.
Todos los problemas y las luchas de la vida se deben, en última instancia, a esto. Podemos decir que los problemas familiares, las disputas entre marido y mujer, las peleas entre parientes, las discusiones entre clases y grupos, las peleas entre naciones, se deben al hecho que el yo es controlado por las emociones. Si nos detenemos a pensar, podemos ver cuan malo es esto, porque lo que realmente estamos diciendo es que somos absolutamente perfectos y que todos los demás están equivocados. Pero es patente que esto no puede ser cierto porque todos dicen lo mismo. Todos somos gobernados por este sentimiento acerca de nosotros mismos y estamos tentados a decir: "los demás no se portan bien conmigo, siempre soy mal entendido, siempre me hieren". Los demás dicen exactamente lo mismo. El problema es que nosotros somos controlados por nuestro yo, vivimos en base a nuestras emociones y somos gobernados por ellas de la forma más extraordinaria posición y decimos: "No veo por qué debo ceder". Nos afirmamos. Aun inconscientemente ponemos énfasis en esto. ¿Yo? ¿Qué he hecho de malo? ¿Por qué me han tratado así a mí? "Se llenó de amargura mi alma y en mi corazón sentía punzadas"; es siempre el corazón. El principio que quisiera enfatizar es que cuando el yo tiene el predominio, afecta nuestras emociones. El yo no puede soportar un examen intelectual verdadero. Si nos ponemos a pensar sobre esto, nos daremos cuenta cuan necios somos. Porque luego diremos: "Yo siento esto, pero así siente la otra persona. Yo digo esto, pero él también dice lo mismo. Evidentemente los dos pensamos que tenemos razón. Los dos tenemos la culpa y soy tan malo como el otro". "El que se siente disminuido", dice Juan Bunyan, "no teme la caída. El que es humilde, no teme el orgullo".
Tenemos que aprender a controlar cuidadosamente nuestros corazones. No es de extrañar que las Escrituras dicen: "Dame, hijo mío, tu corazón". No es sorprendente que Jeremías dice: "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso..." ¡Qué tontos somos en nuestra psicología! Nuestra tendencia es decir acerca de otro: "No es muy intelectual: no entiende mucho, ¡pero tiene un buen corazón!" Eso está mal. Por más falta de inteligencia que tengamos, nuestras mentes son mucho mejores que nuestros corazones. Hablando en términos generales, los hombres no son malos porque piensan, sino porque no piensan.
Este pobre hombre del Salmo 73 era controlado por su corazón, pero no lo sabía. Pensaba que tenía razón. El corazón es "engañoso"; es muy hábil y astuto. Es por eso que tenemos que vigilarlo. "Y esta es la condenación”, leemos en Juan 3:19, "que la luz vino al mundo. Y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas”. Es el corazón el que está mal, y es así que terminamos con el consejo del hombre sabio en Proverbios 4:23: "Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida". Vigila tu corazón, vigílate a ti mismo, vigila tus emociones. Cuando tu corazón está amargado, todo estará dolorido, y nada estará bien. Es el corazón lo que domina todo y hay un solo remedio final para el corazón dolorido y amargado: es acudir a Dios como lo hizo el salmista, y darse cuenta que Dios en su infinito amor y gracia, en su misericordia y compasión envió a su Hijo a este mundo para morir en una cruz, para que al aborrecernos a nosotros mismos, podamos ser perdonados y tener nuevamente un corazón limpio, y que la oración de David: "Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio..." sea contestada. La respuesta a esa oración está en Cristo. El puede limpiar el corazón y santificar el alma.
Una vez que el hombre se conoce a sí mismo y ve lo horrendo de su pecado y la falacia de su corazón, sabe que tiene que acudir a Cristo. Allí encuentra perdón y purificación, una nueva vida, una nueva naturaleza, un nuevo corazón, un nuevo nombre. Gracias a Dios por este evangelio que puede dar al hombre un nuevo corazón y renovar un espíritu recto dentro de él.

Três Princípios Essenciais- Watchman Nee

Extraído do Livro " O ministério de Oração"

Já mencionamos como Deus tem sua vontade a respeito de todas as coisas, mas ele nada quer fazer independentemente. Agirá somente de­pois que a livre vontade da terra responda à sua vontade. Houvesse somente a vontade do céu, Deus não faria nenhum movimento; o movimen­to celestial será realizado na terra somente quan­do Deus estiver certo de que existe a mesma vontade sobre a terra. Isto é o que hoje chama­mos de ministério da Igreja. Os crentes precisam conscientizar-se de que o ministério da Igreja não consiste meramente na pregação do Evange­lho — certamente que isso é incluído, nãO haja engano nisto — mas também o ministério da Igreja inclui o trazer à terra a vontade que está nos céus. Mas como é que a Igreja faz isso? É orando aqui na terra. A oração não é uma coisa pequena, insignificante, não-essencial, como al­guns têm a tendência de pensar. A oração é trabalho. A Igreja diz: “Deus, queremos tua vontade”, Isto é o que chamamos de oração. Depois que a Igreja conhece a vontade de Deus, ela abre a boca para pedi-la. Isto é oração. Se a Igreja não tem este ministério, ela não serve para muita coisa na terra.
Muitas orações devocionais, orações de comu­nhão e orações intercessoras não podem substi­tuir a oração como ministério ou trabalho. Se todas as nossas orações são simplesmente devo­cionais ou consistem meramente em comunhão e pedidos, nosso orar é demasiadamente peque­no. A oração como trabalho ou ministério signifi­ca que permanecemos do lado de Deus, desejan­do o que ele deseja. Orar de acordo com a vontade de Deus é uma coisa muito poderosa. Para a Igreja, orar significa que ela descobriu a vontade de Deus e que agora a está proferindo. Orar não é só pedir a Deus, é também fazer uma declaração. Enquanto a Igreja ora, permanece do lado de Deus e declara que aquilo que o homem quer é o que Deus deseja. Se a Igreja assim o fizer, a declaração terá efeito imediato.
Vamos agora examinar os três princípios essenciais da oração encontrados em Mateus 18:18­-20.

1. Declarando, a vontade de Deus
“Em verdade vos digo que tudo o que ligardes na terra será ligado no céu, e tudo o que desligardes na terra será desligado no céu” (v. 18). A quem se refere o texto? A Igreja, porque no versículo precedente o Senhor a menciona. Estas palavras são a continuação do versículo 17. Portanto, o significado do versículo 18, agora diante de nós, é: tudo o que a Igreja ligar na terra será ligado no céu, e tudo o que a Igreja desligar na terra será desligado no céu.
Encontramos aqui um princípio de suma im­portância: hoje Deus opera mediante a Igreja; ele não pode fazer nada do que deseja, a menos que o realize por meio da Igreja. Este é. um princípio por demais sério, Hoje Deus não pode fazer as coisas apenas por si mesmo, porque existe outro livre-arbítrio, sem cuja cooperação Deus não pode fazer nada. A medida do poder da Igreja hoje determina a medida da manifestação do poder de Deus, pois seu poder é agora revelado através da Igreja. Deus colocou-se na Igreja. Se ela puder chegar a uma alta e grande posição, a manifestação do poder de Deus também chegará a uma alta e grande posição. Se a Igreja for incapaz de alcançar tal posição, então Deus também não poderá manifestar seu poder em altura e grandeza.
Este assunto todo pode ser comparado ao fluxo da água em nossa casa. Embora a caixa d’água da companhia fornecedora esteja cheia, seu fluxo é limitado pelo diâmetro da torneira de nossa casa. Se uma pessoa deseja ter um fluxo maior de água, precisará alargar a bitola de sua torneira. Hoje, o grau da manifestação do poder de Deus é governado pela capacidade da Igreja. Assim como em tempos anteriores, quando Deus se manifestou em Cristo, sua manifestação foi tão grande quanto a capacidade de Cristo, assim, agora, a manifestação de Deus na Igreja é igualmente circunscrita — desta vez, à capacida­de da Igreja. Quanto maior a capacidade da Igreja, tanto maior a manifestação de Deus e tão mais completo o seu conhecimento.
Precisamos ver que em todas as operações de Deus na terra hoje, primeiro precisa que a Igreja esteja do seu lado e, então, ele faz sua obra por meio dela. Deus nada fará independentemente; o que quer que ele faça hoje, o faz com a cooperação da Igreja. Ela é o instrumento por meio do qual Deus se manifesta.
Permita-me repetir que a Igreja é como uma torneira. Se a torneira é pequena, não poderá derramar muita água, ainda que a fonte seja tão abundante conto o rio Amazonas. Deus no céu tem o propósito de fazer algo, mas não o fará até que haja movimento na terra. São tantas as coisas que Deus quer ligar e desligar no céu! Muitas são as pessoas e coisas que o contradi­zem; Deus espera que todas estas sejam atadas. Muitas também são as pessoas e coisas espiri­tuais, valiosas, proveitosas, santificadas, e de Deus; estas, ele deseja que sejam desatadas. Mas justamente aqui se levanta um problema: Have­rá homem na terra que queira primeiro atar o que Deus deseja atar, e desatar o que ele tenciona desatar? Deus quer que a terra governe o céu; deseja que sua Igreja na terra dirija o céu.
Isto não quer dizer que Deus não seja Todo-poderoso, porque, de fato, ele é o Deus Todo-poderoso. Todavia, o poder de Deus só pode ser manifestado na terra através de um canal. Não podemos aumentá-lo, mas podemos impe­dí-lo. O homem não pode fazer crescer o poder de Deus; pode, contudo, obstruí-lo. Não pode­mos pedir que Deus faça aquilo que ele não quer fazer; podemos, porém, restringi-lo de fazer o que ele, deveras, quer fazer. Vemos realmente isto? A Igreja tem um poder pelo qual gerenciar o poder de Deus. Ela pode permitir que Deus faça o que ele deseja, ou proibir que ele o faça.
Nossos olhos precisam vislumbrar o futuro. Um dia Deus estenderá a Igreja para que seja a Nova Jerusalém e, naquele dia, sua glória será completa e desimpedidamente manifestada atra­vés da Igreja. Hoje Deus quer que a Igreja desate na terra antes que ele desate no céu; quer que ela ate na terra antes que ele ate no céu. O céu não começará a fazer as coisas. O céu apenas seguirá a terra em sua obra. Deus não começará primei­ro; ele, em sua operação, somente segue a Igreja. Se este é o caso, que tremenda responsabilidade tem a Igreja!
Como indicamos anteriormente, o que Mateus 18:15-17 refere é apenas um caso particular; o que se lhe segue, entretanto, constitui um gran­de princípio. A situação particular é: um irmão pecou contra outro; não reconheces, porém, que pecou, nem confessa sua falta. Ao recusar ouvir a Igreja será considerado como um gentio e publicano. Ora, o irmão que pecou provável ­mente retrucará: “Quem são vocês? Se vocês (a igreja) me considerarem como gentio e publicano, não mais irei às reuniões. Se não puder ir às suas reuniões, haverá outras reuniões a que poderei frequentar”
Mas note aqui o que o Senhor Jesus diz: “Em verdade vos digo que tudo o que ligardes na terra será ligado no céu, e tudo o que desligardes na terra será desligado no céu” Portanto, quan­do a Igreja julga uma pessoa como gentio, Deus no céu também o julga como, gentio. Quando a Igreja considera um irmão ofensor como publicano, Deus no céu, da mesma forma, considera­ o publicano. Em outras palavras, o que a Igreja faz na terra Deus fará no céu.
Temos aqui, portanto, tanto um caso particu­lar como um princípio que o governa. Nosso Senhor está meramente citando o caso para provar o princípio geral que é: Tudo o que a Igreja faz na terra, Deus o faz igualmente nós. Se a Igreja trata um irmão como gentio e publicano, Deus no céu trata-o como tal. Este princípio é aplicável não somente a este caso; é aplicável a muitos outros. O incidente aqui apresentado serve apenas de exemplo.
A Igreja é o vaso escolhido de Deus no qual é colocada a sua vontade, de modo que a Igreja possa declarar a vontade divina na terra. Se a terra quer, o céu também quer. Se a Igreja deseja, Deus também deseja. Por esta razão, se Deus encontrar dificuldade na Igreja, o que pretende realizar no céu não será realizado na terra.
Muitos irmãos e irmãs carregam pesados far­dos desde o amanhecer até o anoitecer. Estão sobrecarregados porque não oram. Quando uma torneira é aberta, a água corre; mas quando é fechada, a água é retida. Agora pense por uni momento. Qual pressão é maior, a gerada em soltar a água ou a gerada em reter a água? Todos sabemos que, quando a água é liberada a pres­são é diminuída, ao passo que ao ser bloqueada, a pressão aumenta. Da mesma forma, quando a Igreja ora, é como abrir a torneira; quanto mais tempo está aberta, menor se torna a pressão. Pela mesma razão, se a Igreja não ora, é como obstruir a torneira; a pressão aumentará gradati­vamente. Sempre que Deus deseja fazer alguma coisa, coloca uni fardo sobre um irmão, uma irmã, ou sobre toda a Igreja. Quanto mais a Igreja orar cumprindo seu ministério, tanto mais leve se tornará seu fardo. Cada oração aliviará um pouco o seu fardo. Depois de orar dez ou vinte vezes, seu fardo interior será grandemente diminuído. Mas se a Igreja falhar em orar, sentirá a pesada carga e ficará tão sufocada que imaginará estar a morrer.
Em vista disso, irmãos e irmãs, sempre que se sentirem pesados e sufocados por dentro, fique bem claro que o motivo não é outro senão que vocês não têm cumprido seu ministério diante de Deus. Se o fardo dele está sobre vocês, orem por meia hora ou uma hora e encontrar-se-ão respirando mais normalmente de novo, porque a pressão foi grandemente aliviada.
Qual é então, o ministério de oração da Igreja? E Deus dizendo à Igreja o que ele deseja fazer, de modo que a Igreja na terra possa orar, expressando a vontade dele. Tal oração não é pedir que Deus faça o que nós queremos, mas pedir-lhe que faça o que ele deseja fazer. Que possamos ver que a Igreja deve declarar na terra à vontade de Deus no céu. A Igreja precisa declarar na terra que ela deseja a vontade de Deus. Se ela falhar nisso, será de muito pouco valor para Deus. Ainda que ela aja bem em outros assuntos, será de pouca utilidade para Deus, se for deficiente neste setor. O mais alto propósito da Igreja é permitir que a vontade de Deus seja feita na terra.

2. Harmonia no Espírito Santo

Vimos como a Igreja deve atar o que Deus deseja atar e desatar o que Deus deseja desatar. Como, porém, deve a Igreja realmente atar e desatar? “Em verdade também vos digo que, se dois dentre vós, sobre a terra, concordarem a respeito de qualquer cousa que porventura pedi­rem, ser-lhes-á concedida por meu Pai que está nos céus” (v. 19 ERA). O versículo precedente; dá ênfase à terra e ao céu; este versículo tam­bém, O versículo 18 fala do céu ligando ou desligando tudo que a terra liga ou desliga, e o versículo 19 também diz o mesmo, afirmando que o Pai celeste concederá tudo o que a terra pedir. Por favor, observem que o que o Senhor Jesus enfatiza aqui não é simplesmente um acordo no pedir qualquer coisa; é, antes, unani­midade na terra a respeito de tudo o que os crentes irão pedir. Ele não quer dizer que primei­ro duas pessoas concordem na terra a respeito de certa coisa e então a peçam; não, o Senhor Jesus está dizendo que se vocês concordarem em tudo (harmonia no Espírito Santo), então qual­quer ponto particular que lhe pedirem será concedido pelo Pai que está nos céus. Esta é a unidade do corpo, ou melhor, a unidade no Espírito Santo.
Se Deus não lidar com a carne do indivíduo, ele se considerará um super-homem, uma vez que, a seus próprios olhos, o céu deve dar-lhe ouvidos. Não, se você não está na unidade do Espírito Santo, nem está orando na harmonia do Espírito Santo, veja só se o céu o ouvirá em algo! Você pode orar, mas o céu não ligará o que você atar, nem atará o que você desligar, pois isso não é algo que você possa fazer por si mesmo. Se você pensa que pode fazê-lo sozinho, está ali­mentando uma tolice, porque o que o Senhor declara é isto: “. se dois dentre vós, sobre a terra, concordarem a respeito de qualquer coisa que porventura pedirem, ser-lhes-á concedida por meu Pai que está nos céus.” Isto significa que, estando dois em harmonia a respeito de todo e qualquer assunto — sendo tão harmonio­sos como a música — então, qualquer coisa que pedirem ser-lhes-á concedida pelo Pai celestial. Para fazer tal oração é preciso que as pessoas que oram, estejam sob a influência do Espírito Santo. Isto quer dizer que sou levado por Deus a um ponto em que nego todos os meus desejos e quero somente o que o Senhor quer, e um outro irmão, da mesma forma, é levado pelo Espírito Santo ao ponto de negar todos os seus desejos e querer somente a vontade do Senhor. Eu e ele, ele e eu, ambos somos levados a um ponto em que há harmonia tal como a que existe na música. Então tudo o que pedirmos Deus o fará no céu por nós.
Irmãos, não alimentem a fantasia de que simplesmente concordando a respeito de deter­minado pedido de oração (sem uma anterior harmonia no Espírito Santo), essa oração será atendida, Não é assim. Pessoas com idéias semelhantes muitas vezes entram em muitos conflitos. Meramente ter o mesmo objetivo não garante ausência de discórdia. Duas pessoas podem desejar pregar o Evangelho e ainda assim brigarem entre si. Duas pessoas podem desejar, de todo o coração, ajudar aos outros; não obstan­te, podem voltar-se um contra o outro. Identida­de de propósito não significa necessariamente harmonia. Devemos estar cônscios de que não há possibilidade de harmonia na carne. Somente quando nossa vida natural é trabalhada pelo Senhor e começamos a viver no Espírito Santo eu vivendo em Cristo e você também vivendo em Cristo teremos harmonia; então sempre esta­remos capacitados a orar de pleno acordo a respeito de determinado assunto.
Aqui, pois, estão duas facetas de uma só coisa: a primeira é estar em harmonia a respeito de Jesus enfatiza aqui não é simplesmente um acordo no pedir qualquer coisa; é, antes, unani­midade na terra a respeito de tudo o que os crentes irão pedir. Ele não quer dizer que primei­ro duas pessoas concordem na terra a respeito de certa coisa e então a peçam; não, o Senhor Jesus está dizendo que se vocês concordarem em tudo (harmonia no Espírito Santo), então qual­quer ponto particular que lhe pedirem será concedido pelo Pai que está nos céus. Esta é a unidade do corpo, ou melhor, a unidade no Espírito Santo.
Tenha em mente que a oração não é a primeira coisa a ser feita. A oração apenas segue os passos da harmonia. Se a Igreja deseja ter tal ministério de oração sobre a terra, todo irmão e irmã precisam aprender a negar a vida da carne diante do Senhor; doutra forma a Igreja não será eficaz. A palavra que o Senhor Jesus nos dá aqui é maravilhosíssima. Ele não diz que se a pessoa, pedir alguma coisa em seu nome, o Pai a ouvirá, nem diz o Senhor que orará para que o Pai responda. Ao invés disso, declara ele: “se dois dentre vós, sobre a terra, concordarem a respeito de qualquer coisa que, porventura pedi­rem, ser-lhes-á concedida por meu Pai que está nos céus.” Oh, se realmente concordarmos, as portas do céu se abrirão!
Aqui está um irmão que peca contra outro. Antes que a Igreja comece a lidar com ele, o irmão que foi ofendido vai com um ou dois irmãos a fim de levá-lo ao arrependimento. Estes dois irmãos vão ter com o irmão ofensor antes mesmo de a Igreja começar a tratar do seu assunto. Contudo, não é que estes dois irmãos discordem da Igreja; eles apenas vêem o assunto antes da Igreja, pois subseqüentemente a Igreja examina a situação exatamente do mesmo mo­do. Em outras palavras, esses dois irmãos têm o mesmo fundamento da Igreja. O que o Senhor quer dizer é que os dois representam a Igreja na terra. O que a Igreja vê está em perfeita concor­dância com o que aqueles dois irmãos vêem. Este é o ministério da oração. Precisam concordar em tudo, seja o que for, e precisam orar de comum acordo a respeito desse assunto parti­cular.
O ministério de oração da Igreja consiste em orar na terra de modo a causar ação no céu. Precisamos lembrar-nos de que a oração, tal como apresentada em Mateus 18, definitivamen­te não faz parte da oração devocional ou da oração pessoal privada. Muitas vezes temos necessidades pessoais as quais levamos a Deus e ele nos responde. Há, na verdade, lugar para a oração pessoal. Da mesma forma, seguidamente sentimos a proximidade de Deus. Graças a Deus, ele ouve as orações devocionais. Estas também não podem ser desprezadas. Vamos até ao ponto de reconhecer que, se a oração de um irmão ou irmã ficar sem resposta, ou se alguém não sentir a proximidade de Deus, algo está errado. Temos de dar atenção à oração pessoal, bem como à oração devocional. Os crentes novos, em particular, não poderão correr a carreira que lhes está proposta, se forem deficientes nas orações pessoais e devocionais.
Mesmo assim, precisamos compreender que a oração não é apenas para nosso uso pessoal, nem somente para propósitos devocionais. A oração é um ministério, a oração é uma obra. Esta oração sobre a terra é o ministério da Igreja, bem como seu trabalho. E a responsabilidade da Igreja diante de Deus, pois a oração é o escoa­douro do céu. Qual é a oração da Igreja? Deus deseja fazer certa coisa e a Igreja sobre a terra ora a esse respeito, em antecipação, para que isso se realize a para que se cumpra o propósito de Deus.
O ministério da Igreja é o ministério do corpo de Cristo, e esse ministério é a oração. Tal oração não é feita nem com objetivos devocionais, nem por necessidades pessoais; é mais para o “céu”. Agora, o que essa oração — o tipo de oração que temos à nossa frente — significa é: Eis um homem que perdeu a comunhão devido à sua recusa em ouvir a persuasão de um irmão, ou a advertência de dois ou três outros irmãos, e, finalmente, o julgamento da Igreja. Deus, por­tanto, desatará um julgamento sobre ele para que seja considerado como um gentio e publi­cano; contudo, Deus não agirá imediatamente, mas esperará até que a Igreja ore para esse fim e, então, fá-lo-á no céu. Se a Igreja tomar a respon­sabilidade de fazer tal oração sobre a terra chegará a ocasião em que a vida espiritual do ofensor secar-se-á, como se já não tivesse parte com Deus, Deus quer tomar tal atitude, mas espera que a Igreja ore.
Muitos assuntos estão amontoados no céu, muitas transações permanecem sem efeito, sim­plesmente porque Deus não consegue encontrar seu escoadouro na terra. Quem sabe quantos assuntos não terminados existem no céu, os quais Deus não pode executar porque a Igreja não tem exercitado seu livre-arbítrio de pôr-se ao lado dele para a realização do seu propósito! Entendamos que a tarefa mais nobre da Igreja, a maior tarefa que ela poderia executar, é a de ser o escoadouro de Deus na terra, Para a Igreja ser o escoadouro da vontade de Deus, deve orar. Tal oração não é fragmentária; é um ministério de oração — oração como obra. À medida que Deus dá visão e abre os olhos das pessoas para verem sua vontade, elas se levantam para orar.
O Senhor mostra-nos aqui que a oração individual é inadequada; são precisos pelo menos dois para orar. Se não percebermos isto, não sabere­mos a respeito de que o Senhor está falando. As orações apresentadas no Evangelho de João são todas pessoais. Dai encontrarmos palavra como esta:”. . . Tudo quanto pedirdes ao Pai em meu nome, ele vo-lo conceda” (João 15:16 ERA). Não há condição estabelecida quanto ao número de pessoas. Em Mateus 18, porém, é dada uma condição numérica: pelo menos dois. “Porque onde estiverem dois reunidos em meu no­me“, diz o Senhor. Aqui se necessita pelo menos de dois porque o assunto tratado refere-se à comunhão, Não é algo feito por uma pessoa, nem é uma só pessoa que serve como escoadouro de Deus, mas sim, duas.
O princípio de duas pessoas.é o princípio da Igreja, que também é o princípio do corpo de Cristo. Embora tal oração seja feita por duas pessoas, a “concordância” é indispensável. Concordar é estar em harmonia. Esses dois indivíduos precisam estar em harmonia, preci­sam permanecer no fundamento do corpo e precisam saber o que é a vida do corpo. Estes dois aqui não têm senão um alvo, que é dizer a Deus: Queremos que tua vontade seja feita na terra, como no céu, Quando a Igreja permanece em tal base e ora de acordo com ela, vemos que tudo o que pedirmos será concedido pelo Pai, que está no céu.
Quando verdadeiramente permanecemos so­bre o fundamento da Igreja e aceitamos a res­ponsabilidade do ministério da oração diante de Deus, a vontade de Deus será feita na Igreja em que estamos. Se assim não for, é vã nossa igreja. Tal oração, feita por poucos ou por muitos, terá poder, pois o grau da operação de Deus hoje é governado pêlo grau da oração da Igreja. A manifestação do poder de Deus não excederá à oração da Igreja. Hoje, a grandeza do poder. Deus está circunscrita pelo tamanho da oração da Igreja. Isto não significa, naturalmente, que o poder de Deus no céu tem somente o tamanho da nossa oração, pois, no céu, obviamente, seu poder é ilimitado. Somente na terra hoje é que a manifestação do seu poder depende de quanto a Igreja ora. Somente pela oração da Igreja pode-se medir a manifestação do poder de Deus.
Em vista disso, a Igreja deve fazer grandes orações e pedidos. Como pode a Igreja fazer pequenas orações. quando comparece diante do Deus de tal abundância? Ela não pode fazer pequeninos pedidos diante de um Deus tão grande. Vir à presença do grande Deus é esperar que grandes coisas aconteçam (Isaías 33:3). Se a capacidade da Igreja for limitada, ela não pode senão restringir a manifestação do poder de Deus. Reconheçamos que o assunto dos vence­dores ainda não foi completamente resolvido e Satanás ainda não foi lançado no fundo do abismo. Por amor do seu testemunho, portanto, Deus precisa de um vaso através do qual possa realizar todas as suas obras. E necessário que a Igreja faça tremendas orações a fim de manifestar Deus. E este é o ministério da Igreja.
Irmãos e irmãs, ficam a pensar se Deus, visitando nossas reuniões de oração, pode confirmar que elas realmente cumprem o minis­tério de oração da Igreja. Precisamos ver que não é questão de freqüência; é, antes, questão de peso. Se realmente vemos a responsabilidade de oração da Igreja, não podemos deixar de confessar quão inadequada é a nossa oração e como temos restringido e impedido Deus de realizar a que ele deseja. A Igreja tem falhado em seu ministério! Quão lamentável é esta situação!
O ter Deus uma Igreja fiel ao seu ministério ou não depende da atuação do grupo de pessoas na presença dele, desqualificando-se ou tomando-se verdadeiros vasos na realização do seu pro­pósito. Queremos assinalar que o que Deus procura é a fidelidade da Igreja ao seu ministério, o ministério da Igreja é oração — não da espécie comum, consistindo de pequenas ora­ções, mas do tipo que prepara o caminho de Deus. E Deus quem primeiro deseja fazer certa coisa, mas a Igreja prepara o caminho com a oração de modo que ele possa ter uma estrada. A Igreja deveria ter grandes orações. Orações tre­mendas e fortes, Oração não é assunto sem importância diante de Deus. Se a oração for sempre centralizada no eu, em problemas pes­soais e em pequenos ganhos ou perdas, onde estará o meio pelo qual manifestar-se o eterno propósito de Deus? Precisamos ser empurrados às profundezas neste assunto da oração.
“Dois concordarem” não é uma palavra super­ficial ou uma expressão leviana. Se não sabemos o que é o corpo de Cristo, nem permanecemos neste fundamento, embora consigamos reunir duzentas pessoas para orar seremos, contudo, ineficazes. Mas se de fato, vemos o corpo de Cristo e permanecemos no correto lugar no corpo — negando nossa carne e não pedindo para nós mesmos, mas que a vontade de Deus seja feita na terra — veremos quão harmoniosa é tal oração. Desse modo, aquilo por que oramos na terra será concedido pelo Pai que está no céu.
Por favor, observe que o versículo 18 inclui uma palavra muito preciosa: “tudo”; e o versículo 19 também apresenta a expressão igualmente preciosa: “qualquer coisa”. “Tudo o que ligardes na terra será ligado no céu, e tudo o que desligardes na terra será desligado no céu.” O Senhor quer dizer na medida em que a terra ligar, o céu também ligará; e na medida em que a terra desligar, o céu também desligará. A medida da terra decide a medida do céu. Não deve haver medo de ter uma medida demasiadamen­te grande na terra, porque a medida no céu é sempre intrinsicamente maior do que a da terra e, portanto, não existe nenhuma chance de a medida da terra ultrapassar a do céu. O que o céu quer ligar invariavelmente é muito mais do que a terra deseja ligar, e o que o céu deseja desligar sempre excede ao que a terra desata. Tal ação de ligar e desligar está além da capacidade de qualquer pessoa.Só pode ser feito “se dois, concordarem na terra acerca de qualquer coisa que pedirem” e, então, “será feito por meu Pai, que está nos céus”.
Irmãos, o poder de Deus é para sempre, maior que o nosso poder. A água do reservatório da companhia indiscutivelmente tem mais volu­me do que a de nossas torneiras. A água no poço é sempre mais abundante do que a água em nosso balde. O poder celeste jamais poderá ser medido pela visão terrestre.
3. Estiverem Reunidos

“Porque onde estiverem dois ou três reunidos em meu nome, aí, estou eu no meio deles” (v. 20). Temos aqui o terceiro princípio, e o mais profundo deles também. No versículo 18, temos um princípio, no versículo 19 outro, e no versículo 20 ainda outro. O princípio dado no versículo 20 é mais amplo do que o do versículo 19. Por que diz o versículo 19 que “se dois de vós concordarem na terra acerca de qualquer coisa que pedirem, isso lhes será feito por meu Pai, que está nos céus”? A resposta é apresentada no versículo 20. “Porque onde estiverem dois ou três reunidos em meu nome, aí, estou eu no meio deles” Por que há tanto poder na terra? Por que o orar em harmonia tem efeito tão tremendo? O que dá ao orar em harmonia de duas ou três pessoas, tanto poder? É porque sempre que somos chamados a reunir-nos no nome do Senhor, a presença do Senhor mesmo está aí. E este o motivo da unanimidade. O versículo 18 fala da relação entre a terra e o céu; o versículo 19 da harmonia na terra; o versículo 20, do motivo de tal harmonia.
Conscientizemo-nos de que somos chamados para reunir-nos. Não nos juntamos por nós mesmos. Reunir-nos por nós mesmos e sermos chamados para reunir-nos são duas coisas com­pletamente diferentes. Sermos chamados para reunir-nos é sermos chamados pelo Senhor para reunir-nos em conjunto. Não vimos por nós mesmos; antes, o Senhor nos chamou. Muitos vêm a uma reunião com a atitude de observadores ou espectadores e, portanto, nada obtêm. Se alguém vem porque o Senhor lhe falou, esse tal terá um sentimento de perda, se não vier. As pessoas que são assim chamadas pelo Senhor para se reunirem são tímidas no nome do Se­nhor. Vêm por amor do nome do Senhor. Tais irmãos e irmãs podem dizer, onde quer que venham a se juntar: “Estamos aqui não por nós mesmos, mas pelo nome do Senhor, pelo amor de glorificar teu Filho”.
Graças a Deus, pois quando todos os irmãos e irmãs estão reunidos no nome do Senhor aí há concordância, aí há harmonia. No caso de vir­mos a uma reunião por amor de nós mesmos, ali não haverá, obviamente, nenhuma harmonia. Mas, se estivermos dispostos a querer aquilo que o Senhor quer e não o que nós queremos, e, se rejeitarmos o que o Senhor rejeita, então haverá concordância. Por isso os filhos de Deus estão sendo chamados pelo Senhor para estarem reunidos. São reunidos no seu nome, Diz o Senhor:
“Ai, estou eu no meio deles” É o Senhor que dirige tudo. Uma vez que ele está aí, dirigindo, iluminando, falando e revelando, então tudo o que for ligado na terra será também ligado no céu, e tudo o que for desligado na terra será desligado no céu. Isso acontece porque o Senhor opera juntamente com sua Igreja.
Conseqüentemente precisamos aprender a ne­gar-nos a nós mesmos diante do Senhor. Cada vez que ele nos chama para nos reunirmos, deveríamos voltar-nos para o seu nome, pois o seu nome é maior do que todos os nomes. Todos os ídolos precisam ser esmagados. Assim, ele nos conduzirá.
Irmãos e irmãs, isto não é sentimento nem teoria, mas fato. Se a Igreja é normal, então, depois de cada reunião, ela sabe se o Senhor esteve presente. Quando o Senhor está presen­te, a Igreja é rica e forte. Durante tal tempo, ela pode ligar ou desligar. Mas, se o Senhor não está no meio dela, ele nada pode fazer. Somente a Igreja possui tal poder; o indivíduo simplesmen­te não o possui em si mesmo.
Que o Senhor nos conceda entendimento mais profundo e maior experiência na oração. A oração não é apenas pessoal ou devocional; precisa ser um trabalho e um ministério. Que o Senhor nos sustente com poder para que sempre que nos reunamos, trabalhemos em oração e cumpramos o ministério de oração da Igreja, a fim de que o Senhor possa fazer tudo o que ele deseja.

Irmãos em Cristo Jesus.

Irmãos em Cristo Jesus.
Mt 5:14 "Vós sois a luz do mundo"