sexta-feira, 3 de outubro de 2008

¿Tiene el cristiano parte en la política?- C. H. Mackintosh



(Respuesta a la pregunta de un corresponsal)


Respecto de su pregunta:

«¿Qué enseña la Palabra de Dios acerca de la posición de un cristiano cuando es convocado a votar por un miembro del parlamento?»

Tal vez se alarme cuando le digamos que su pregunta toca los mismos fundamentos del cristianismo. Le preguntamos, querido amigo, ¿a qué mundo pertenece el cristiano? ¿Pertenece a este mundo o al mundo de arriba? ¿Está su ciudadanía en la tierra o en el cielo? ¿Está él “muerto al mundo”, o está “vivo en él”? Si él fuese un ciudadano de este mundo; si su lugar, su porción y su hogar estuviesen aquí abajo, entonces, seguramente, nunca sería suficiente su comprometida actividad en los “asuntos de este mundo”. Si él fuese un ciudadano de este mundo, de hecho que debiera votar por concejales del municipio o por miembros del parlamento o por un presidente de la república; debe hacer todos los esfuerzos posibles para lograr poner al hombre correcto en el lugar adecuado, ya sea en el consejo municipal, en la cámara de los legisladores, o en el poder ejecutivo. Debe dedicar todos sus esfuerzos y medios a su alcance para mejorar y regular el mundo. Si, en una palabra, él fuese un ciudadano de este mundo, debiera, con lo mejor de sus capacidades, desempeñar las funciones pertenecientes a tal posición.

Pero, por otro lado, si fuere cierto que el cristiano está “muerto” con respecto a este mundo; si su “ciudadanía está en los cielos”, si su lugar, su porción y su hogar estuviesen en lo alto; si él sólo fuese un “extranjero y peregrino” aquí abajo, entonces se sigue que él no es llamado a comprometerse de ninguna manera con la política de este mundo, sino a seguir su camino peregrino, “sometiéndose pacientemente a toda institución humana por causa del Señor”, prestando obediencia a las “autoridades” establecidas por Dios y orando “por todos los que están en eminencia” a fin de ser guardados y estar bien en todas las cosas.

Pero Ud. pregunta puntualmente: ¿«qué enseña la Palabra de Dios» sobre este punto?, una pregunta sumamente importante. “Qué, pues, dice la Escritura”? (Romanos 4:3). Un pasaje, o dos, serán suficientes. Oigamos lo que dice el Señor cuando se dirige al Padre en referencia a “los suyos que estaban en el mundo” (Juan 13:1): “Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Juan 17:14-16). Oigamos también al inspirado apóstol sobre este mismo tema: “Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros. Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal. Mas nuestra ciudadanía (griego: politeuma) está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:17-20). Y de nuevo leemos también en la epístola a los Colosenses: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Colosenses 3:1-4).

Hay quienes dicen, no obstante, que las Escrituras citadas ya no se aplican hoy; que “el mundo” de Juan 17, no es el mundo de nuestro presente siglo; que el de entonces era un mundo pagano, mientras que el de hoy día, es un mundo cristiano. A todos los que asumen esta posición, no tenemos nada que decirles. Si la enseñanza del Nuevo Testamento estuvo planeada sólo para una época pasada; si tan sólo es efectiva para las cosas que fueron, y no tiene aplicación para las cosas que son, entonces no podemos saber seguramente dónde estamos parados ni a qué lugar acudir para hallar una guía o autoridad. Pero, gracias a Dios, contamos con una guía divina y, por ende, plenamente suficiente para todas las épocas, para todos los tiempos y para todas las condiciones. Si, pues, hemos de ser guiados únicamente por la Escritura, ésta en ninguna parte nos autoriza a comprometernos en la política de este mundo. La cruz de Cristo ha roto el lazo que nos ligaba con este mundo. Estamos identificados con Él. Él es nuestro Modelo. Si Cristo estuviese aquí, hallaría su lugar fuera de los límites de este mundo. No veríamos a Cristo en la sesión del consejo municipal, en el tribunal, en la cámara legislativa o con la espada en su mano. Pronto, él empuñará el cetro, desenvainará la espada y tomará las riendas del gobierno en Sus manos (¡Quiera Dios que ese día llegue pronto!). Pero ahora Él es rechazado, y nosotros somos llamados a participar de Su rechazo. Como cristianos, nuestra senda en este mundo es la obediencia o el sufrimiento. Somos llamados a orar “por todos los que están en eminencia” (1.ª Timoteo 2:1-2), pero no a estar en el lugar de la autoridad nosotros mismos. No hay una sola línea de las Escrituras que me guíe para votar en las elecciones, o como miembro político o magistrado. Por esta razón, si yo actuase bajo estos caracteres, lo estaré haciendo sin una sola palabra de dirección de mi Señor; y peor aún, estaría actuando de una manera totalmente opuesta a Él, y en directa oposición al espíritu y a la enseñanza del Nuevo Testamento.

¡Quiera Dios hacernos más fieles a Cristo! ¡Que seamos librados más completamente, en corazón y espíritu, de este “presente mundo malo”, como así también capacitados para proseguir, con santa determinación, nuestra senda peregrina a lo largo de las arenas del desierto de este mundo! Sabemos perfectamente que lo que hemos escrito sobre este tema resultará desagradable e impopular, pero esto no nos habrá de impedir que hablemos la verdad, como tampoco nos impedirá que actuemos conforme a la verdad.

C. H. Mackintosh

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