sexta-feira, 7 de novembro de 2008

Para qué crucificar la carne? - Arcadio Sierra Diaz

Muchos creyentes son llenos del Espíritu Santo cuando creen, y van experimentando un crecimiento normal de su vida espiritual; van caminando con Dios y preocupándose por las cosas de Dios. Pero desafortunadamente la mayoría de los cristianos no se ocupan mucho de lo que le interesa al Señor, sino de sus propios intereses egoístas y carnales (Gálatas 5:19); por eso el Señor quiere que la carne sea crucificada subjetivamente. En la realidad histórica ya la carne ha sido crucificada en el Gólgota; el viejo hombre ha pasado por ese proceso; de manera que el niño carnal en Cristo debe ser totalmente liberado de ese dominio, para que crezca y pueda andar según el espíritu. A quien persista en las obras de la carne (mal genio, divisiones, sectarismos, vicios, pasiones y deseos), Dios le dice que ya esa carne fue crucificada; pero hay creyentes de almas cuya naturaleza es muy fuerte, y tienen un carácter muy difícil, en los cuales el proceso es lento y doloroso. Al respecto dice el hermano Watchman Nee:"La obra de la cruz consiste en suprimir (anular); no nos trae cosas, sino que las quita. En nosotros hay muchos residuos; hay muchas cosas que no son de Dios y no le rinden ninguna gloria. Dios quiere eliminar todas estas cosas por medio de la cruz para que así lleguemos a ser oro puro. Hay cosas que no provienen de Dios; nos hemos convertido en una aleación. Por eso Dios tiene que utilizar tanto poder para mostrarnos estas cosas que hay en nosotros que provienen del ‘yo’, todas aquellas cosas que no le proporcionan ninguna gloria. Creemos que si Dios nos habla, descubriremos que tienen que ser eliminadas muchas más cosas que las que nos tienen que ser añadidas. Especialmente aquellos cristianos cuya alma es de naturaleza fuerte, deberían pensar en esto: que la obra de Dios en ellos por medio del Espíritu Santo, consiste en eliminar cosas de ellos para reducirlos". (Watchman Nee. "La Iglesia Gloriosa". CLIE. 1987. pág. 163).La carne no puede dar fruto que glorifique a Dios. El cristiano debe limpiarse de sus pecados apropiadamente. Dice Juan 15:2:"Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto".Debemos tener claridad en que no se exige que crucifiquemos de nuevo nuestra carne, pues ya fue crucificada en la cruz de Cristo. La crucifixión de la carne hay que experimentarla, y que esa muerte en la cruz tenga su efecto en nosotros. Esa práctica se lleva a cabo en colaboración con el Espíritu Santo. Dice la Palabra de Dios en Colosenses 3:5:"Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría".Ese pues, enlaza el versículo con los anteriores, en que dice que ya hemos muerto y resucitado con Cristo. Son dos realidades que van unidas: Ya fuimos crucificados con Cristo, y hacer morir lo terrenal en nosotros. Si creemos que hemos sido muertos en Cristo, podemos hacer morir lo terrenal en nosotros. Esto se logra porque el Espíritu Santo aplica la muerte de la cruz a todo lo que tenga que morir. Dice Romanos 8:13:"Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis".Sin embargo, debemos estar siempre vigilantes, pues la carne, no obstante quedar inutilizada por la crucifixión conjunta en Cristo, empero no queda suprimida; ahí sigue existiendo y, en cuanto tenga oportunidad, se pone en acción.El mensaje de la cruz no se está predicando, pues, con contadas excepciones, se está predicando una caricatura del evangelio. Nosotros decimos ver, pero en nuestras facultades naturales no podemos ver; más bien esas facultades naturales nos impiden ver la realidad. Si Dios nos ilumina un poco, entonces constatamos nuestra ceguera. Afirmar que vemos, como en el caso de la iglesia del período de Laodicea, es un orgullo farisaico. Cuanto más nos ufanamos y razonamos de que vemos, más ciegos somos; y cuando ya veamos manifestada en verdad nuestra ceguera, entonces es cuando vamos a empezar a ver. Pablo sólo pudo ver las cosas de Dios cuando quedó ciego físicamente. Es necesario restaurar el mensaje de la cruz, y vivirlo. Cuando no se vive el mensaje de la cruz, vivimos para nosotros mismos, no para el Señor. La cruz es para poner en ella todos los días, lo que somos y lo que tenemos, lo viejo, lo inútil.Dicen los apologistas de la prosperidad en el cristiano, que el Señor quiere vernos acá envueltos en una vida regalada y apacible, sin problemas, sin hambre, sin preocupaciones, sin persecuciones, todo bien; pero Mateo 10:34-39 dice lo contrario:"34No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. 35Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; 36y los enemigos del hombre serán los de su casa. 37El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; 38y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. 39El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará".El Señor no trae paz a una tierra en que aún Satanás es su príncipe; por eso los vencedores están en guerra contra Satanás, y éste los ataca usando aun a los mismos familiares de su propio hogar.Al Señor hay que amarlo por encima de todas las cosas. Esa espada que se menciona en el versículo 34, es la vida llena de tribulaciones y dolores del sufrido y verdadero vencedor, el que camina todo herido por el camino estrecho trazado por Cristo. El versículo 35 explica el 34. De acuerdo al verso 38, se trata de una cruz; y tú estás en libertad de llevarla o no. La cruz es opcional, pero absolutamente necesaria para el que quiere caminar con Cristo. El hecho de seguir al Señor y obedecerle te crea dificultades, y tú puedes voluntariamente escoger sufrirlas o no. Como la de Cristo, toda cruz de los hijos de Dios es determinada y decidida por el Padre, y nosotros escogemos llevarla o no. De eso depende nuestra participación en el reino. Dice 1 Pedro 4:1,2:"1Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado, 2para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios".No es que Dios quiera que vivamos sufriendo, pero sí debemos armarnos con una disposición al padecimiento, debido a que estamos inmersos en una batalla espiritual que también tiene sus repercusiones y manifestaciones en nuestra vida natural. Creyente que rehuye el sufrimiento, no puede ser edificado. Dios puede salvar nuestra mente, de tal manera que haya en nosotros la disposición a sufrir como también Cristo padeció. Es natural que nuestra tendencia sea la de huir de todo sufrimiento y a toda hora pedirle al Señor que por favor nos libre de todas las dificultades y amarguras, pues no soportamos las pruebas. Pero esta no fue la actitud del Señor en Getsemaní. Desde que nació, el Señor Jesús tuvo la disposición para sufrir. Él sabía que había nacido para eso mientras permaneciera en el cuerpo mortal. Por tanto, desde el día en que nacemos en el Espíritu, y somos hijos de Dios, debe ser nuestra tarea entrenarnos para el sufrimiento. Esa es la verdadera posición de un vencedor. Si escapas como un cobarde del sufrimiento, estás desarmado y te viene la derrota. Hermano, enfrenta el sufrimiento. Cuando la Palabra de Dios nos dice que no seamos carnales, lujuriosos, cobardes, infieles, o lo que sea que dependa de nuestra vieja vida natural, es porque Él nos puede salvar de cualquiera de esas demandas y pensamientos de los deseos carnales.La Palabra de Dios dice que son bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, los que están dispuestos a sufrir por la verdad, por la justicia, por la causa del Señor y de Su evangelio de salvación; sus heridas y cicatrices son las llaves de entrada al reino de los cielos. El sufrimiento del creyente es más meritorio que el de los ángeles cuando les toca participar en luchas contra el enemigo. ¿Por qué es más meritorio? Porque los ángeles conocen la gloria del Señor y lo que el cielo representa; en cambio el creyente es estorbado por su propia carne, por Satanás y por un mundo atrayente, y apenas mira las cosas como por un espejo; apenas vislumbra algo de lo que le espera, movido por la fe y la esperanza, basado en las promesas del Señor, en la revelación de las Escrituras y en el poco conocimiento que ahora tiene de Dios y de las cosas que Él nos tiene preparadas. Sufrir por el Señor es un honor que no le es dado a todos los creyentes.

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